China

Líder

Ser líder mundial no implica solo tener cierta cantidad de ingresos anuales

Una predicción, como un fantasma, recorre el planeta: que la próxima primera potencia mundial será China. Los «entendidos» aseguran que Oriente pronto desplazará a Occidente. A mi parecer, no está tan claro. No sé qué parámetros se utilizan para hacer este vaticinio porque, ni siquiera tomando «solo» el PIB se pueden sacar tales conclusiones, algo precipitadas. Según Bloomberg, para todos los indicadores económicos, Occidente es «más poderoso que Oriente», usando «Occidente y Este como alianzas políticas y no únicamente regiones geográficas». Así, EEUU y sus aliados disponen del 60% del Producto Interno Bruto Mundial al actual tipo de cambio. Mientras que China, Rusia y las autocracias suman apenas un tercio. Además, la invasión a Ucrania ha conseguido unir a los países occidentales, entretanto Putin no logra convencer, con sus universalmente famosas mentiras, a unos supuestos aliados dictadores que, por muy incendiarios, antediluvianos o temerarios que fueren, no están dispuestos a arruinarse o morir por él, ni a tragarse sus falsas promesas como sapos venenosos (nunca mejor dicho). Sin embargo, hay una poderosa corriente de opinión – «sembrada» y alentada en Occidente desde fuera– que sostiene teorías conspiranoicas, anti-yanquis y anti-occidentales. Y así, incontables «expertos», que no sabrían localizar China ni en Google Maps, auguran su próximo liderazgo en el mundo. Como si ser líder mundial se redujese a alcanzar un cierto PIB (que en el caso de China está relacionado cada vez más con el número millonario de habitantes que tiene). Pero ser líder mundial no implica solo tener cierta cantidad de ingresos anuales. Y eso, siempre que las cifras económicas oficiales sean reales, y no un invento de cara al exterior. Ser líder mundial implica influir «culturalmente» en todo el orbe. China hizo su propia «revolución cultural», pero no parece que eso sea lo que nadie esté esperando... Y, finalmente, existe la barrera del idioma –el primer e imprescindible instrumento de influencia cultural–, que en el caso del chino es radicalmente infranqueable, como sabe todo estudiante de mandarín. Nadie puede conquistar el mundo desde su país hablando un idioma incomprensible para el resto. Todavía.