Sociedad

El otro armario

Esta sociedad sigue sin entender realmente lo que es la discapacidad, y siembra el temor al aislamiento entre quienes padecen enfermedades que afectan a su vida cotidiana pero no se aprecian a simple vista

Cuenta Toni Nadal, el tío del campeón y tantos años preparador suyo, que cenaban una noche él y Rafael (la familia le llama así, no Rafa como casi todos los demás) en un restaurante parisino, cuando tras el habitual recorrido de admiradores por la mesa buscando autógrafos y selfies, le sugirió al tenista una reflexión. «Estas personas que han venido a mostrarte respeto y admiración, te siguen porque sabes hacer bien una cosa, jugar al tenis; pero todos y cada uno de ellos saben hacer algo mucho mejor que tú». Era, me parece una forma inteligente y afectuosa de decirle a alguien que están en riesgo de inflar su ego en demasía, que cuando nos creemos superiores no tenemos sino que mirar alrededor y comprobar que hay personas capaces de alcanzar metas imposibles para nosotros, de superar situaciones de las que no podríamos salir, de enfrentar adversidades con muchos más arrestos de lo pudiéramos imaginar. A veces, cuando hablamos de discapacidad concedemos amablemente que se trata de un término integrador de personas diferentes, fronterizas con lo que convencionalmente entendemos por normalidad, en riesgo de marginalidad, pero que, en realidad, viven una vida peor que la nuestra. A quien se le limita la movilidad, la vista, el oído, o la capacidad de mantener una conversación, se le señaliza –e insisto en el término, señaliza, no señala– como alguien diverso pero casi digno de lástima o trato singular. Y, desde luego, no equiparable social o laboralmente a quienes no presentan ninguna discapacidad visible. Esa es la razón por la que muchos jóvenes y no tanto, siguen sin salir de un armario del que se habla muy poco o nada: el armario de la enfermedad.

He conocido hace poco una persona que me ha puesto de repente ante esa realidad. Me ha contado lo duro que le resultó salir del armario de su ceguera paulatina. Como les cuesta a tantos pacientes de enfermedades no visibles pero incapacitantes, como dolencias de riñón, o reuma, o qué decir de la fibromialgia. Muchos de quienes sufren ese tipo de enfermedades lo ocultan. No salen del armario y se revelan porque temen la marginación, el abandono, la soledad… el señalamiento. Y eso es porque esta sociedad sigue sin entender realmente lo que es la discapacidad, y siembra el temor al aislamiento entre quienes padecen enfermedades que afectan a su vida cotidiana pero no se aprecian a simple vista. Este amigo fue perdiendo la vista poco a poco, hasta que finalmente todo se le volvieron sombras y oscuridad. Cada mañana, cuando se levantaba, después del dolor de sentirse distinto, dedicaba tiempo y energías a planificar estrategias de disimulo que le permitieran seguir siendo joven, normal e integrado en su grupo. Un día decidió salir del armario de la enfermedad. Y todo cambió. Pudo mostrarse como es, filtrar quién era y quién no era amigo y dedicar las energías de la interpretación a superar las barreras de su discapacidad. Todos tenemos alguna, todos. De muchos tipos. El día en que entendamos esto en toda su extensión ya verá usted la cantidad de personas que salen del armario de la enfermedad. De momento, algo estamos avanzando con las mentales. Ya no nos da vergüenza decir que vamos al psicólogo. Algo es algo.