Política

Equidistancias

Defenderse no es lo mismo que atacar, es más bien una respuesta. Poner al mismo nivel ambos es negar al débil el derecho a reaccionar a la agresión por el simple hecho de serlo

Se pregunta Yolanda por qué no es tan sorprendente que la extrema derecha italiana y parte de la izquierda española que tocan moqueta de gobierno caminen por argumentarios similares cuando se trata de analizar lo que está pasando en Ucrania y el papel de los actores en esa guerra. Ambos equiparan víctima y verdugo en una equidistancia que irrita a la razón, porque sostienen sin pudor que Estados Unidos y sus aliados alientan y ejecutan una guerra de la que en realidad son responsables, y que si ésta se prolonga es porque la OTAN arma y rearma a Ucrania alimentando así la escalada bélica.

El argumento, falso y cruel, no es nuevo. Recuerda Yolanda cómo parte de la izquierda más allá del Partido Socialista lleva tiempo defendiendo que la guerra en Ucrania tiene su origen en la presión occidental sobre Rusia y que la prueba de la orientación militarista de la propia Unión Europea es el entusiasmo con que apoya con armas e inteligencia al bando ucraniano. Que Putin no es de fiar lo admite, faltaría más, pero que no se debería armar a Ucrania, sino impulsar un diálogo de paz.

Desactiva tal argumento el hecho incontestable de que de no haberse facilitado armas al ejército y la resistencia de Ucrania, ciertamente, no estaríamos en guerra, pero habría desaparecido un país y su régimen, independiente y democrático aunque no te gusten sus líderes, devorado por su antigua metrópoli. Y Europa tendría más cerca aún al enemigo que quiere arrebatarle su posición políticamente hegemónica, no para establecer un nuevo orden mundial más justo, sino para ponerse él en ese lugar, sostenido y alentado por potencias económicas tan ejemplarmente democráticas como China. Supone Yolanda, y no cree equivocarse, que los ucranianos, que están dando al mundo esta lección de coraje y resistencia, tampoco se habrían resignado a perder su independencia y su cultura, que es propia por mucho que tenga lazos y cercanías con la rusa. Los pueblos oprimidos, los pueblos obligados a perder su identidad, su lengua y sus tradiciones por un invasor más fuerte, siempre resisten, aunque sea en el silencio salvador de la memoria.

No armar a Ucrania habría sido aceptar la política imperialista rusa a las puertas de la Unión Europea. Vuelve Yolanda a esta vieja discusión de hace seis meses porque anota la coincidencia de una reciente exhibición de impúdica equidistancia por parte de formaciones de gobierno en España y en Italia. Aquí, el fundador de Podemos, el señor Monedero, llamaba en tuiter «putos locos» a Zelenski y a Putin porque «uno permitía un batallón fascista y el otro convoca a fascistas, uno vuela un puente y otro se venga bombardeando civiles». En Italia, el anciano jefe de la ultraderechista Forza Italia, Silvio Berlusconi, a punto de formar gobierno, acusa al occidente del que forma parte su país de haber evitado que triunfase la «operación especial» de Putin –también la llama así, como Moscú–, que solo pretendía poner en el gobierno de Kiev a una persona con sentido común. Es cierto que Berlusconi va más allá que Monedero, porque justifica a su amigo ruso (confiesa que le ha regalado una caja de vodka por su cumpleaños y él respondió con otra de Lambrusco) pero le parece a Yolanda que no ven la cosa tan distante en tanto para ellos Zelenski es alguien insano y con poco sentido común, y la respuesta armada a la agresión, algo inaceptable y se supone que inmoral. Porque, ¿qué es eso de que bombardeen un puente?, y encima para provocar luego una respuesta del ofendido por la voladura, como si éste no llevara desde el 24 de febrero agrediendo, matando, exterminando, machacando al país y a su gente. Defenderse no es lo mismo que atacar, es más bien una respuesta. Poner al mismo nivel ambos es negar al débil el derecho a reaccionar a la agresión por el simple hecho de serlo.

Como apuntaba también en tuiter el escritor Sergio del Molino, con semejante argumentario, Monedero habría considerado a De Gaulle un personaje equiparable a Hitler.

En el fondo, se dice Yolanda, los populismos vienen a ser la misma cosa aunque operen desde plataformas diferentes; por mucha distancia que guarden, juegan el partido en el mismo terreno y con el mismo balón. Poseen una insólita capacidad para ajustar la realidad a su mirada simplificadora, filtrada por los tamices de una supuesta cercanía a la verdadera opinión de «la gente», ese pueblo que sufre en silencio las políticas del adversario y al que ellos dedican sus afanes y ofrecen sus respuestas. Utilizan la misma plantilla aunque tenga diferentes colores.

Luego, cuando llegan al gobierno, se topan con una realidad mucho más compleja que no admite blancos o negros, y sus objetivos terminan diluidos en una gestión muy alejada de sus propuestas o simplemente desastrosa. O ambas.

Se pregunta Yolanda, si las crisis son las que dan brío a ese populismo de vasos comunicantes, qué nos depararán los tiempos venideros con las trazas que traen de ser auténticamente críticos.