Universidad
El teatro de la uni: fascistas haciendo de antifascistas
Los estudiantes de hoy son monjes de «El nombre de la rosa», escribiendo en veneno para no traspasar el umbral del libro prohibido
En la universidad española son muy conscientes de que cuando salgan de allí, si es que salen, porque les puede pasar como en «El ángel exterminador» de Buñuel y que se queden dentro para siempre, no valdrán apenas para nada, basura blanca por la que sus padres han pagado un dineral en el alquiler del piso. La culpa es del cha cha chá, de los diferentes gobiernos, en fin, que me aburro, da igual. El caso es que parte del alumnado quiere quemar el mundo antes de que el mundo los queme a ellos, con treinta años y sin saber cómo se maneja una llave de Ikea, y se apuntan a clases de macramé político, a fabricar una trinchera por donde no pase aquel pensamiento que no sea el suyo, el que esté de moda en ese momento, porque los pensamientos cambian, aunque las actitudes sean las mismas.
En fin, tenemos a una legión de pijos de provincias (los pijos de provincias son letales, se lo digo yo que fui el más moderno de la mía) que juegan a ser censores de la contracultura, lo que además de raro, raro, los convierte en cruzados del poder. Creerse rebelde cuando se defiende la política del Gobierno es como si digo mañana que soy Brad Pitt con los atributos de Nacho Vidal y me quedo tan tranquilo. Hey, tronco, es verdad, soy el puto Brad Pitt y no tienes derecho a decirme lo contrario.
Visto así, el espectáculo de la Facultad de Políticas es una «perfomance» fascista haciéndose pasar por una antifascista, sí, lo que viene siendo común. Ellos creen que son en su inocencia justiciera Laura Ingalls de «La casa de la pradera». Lástima que no hayan aprendido de Passolini, y que hagan el amor en una cama blandita sin que te suelten un puñetazo. El Passolini maricón que se puso del lado de los policías en el mayo del 68 porque eran hijos de obreros, eso que nunca ha entendido Pablo Iglesias.
Los alumnos destruyeron los libros («Fahrenheit 451», Truffuat, 1966, película basada en la novela de Ray Bradbury) «Nadie nace en un cuerpo equivocado», de José Errasti y Marino Pérez Álvarez y «El laberinto del sexo», de Pablo de Lora, tachándolos de tránsfobos. En sus páginas escribieron mensajes del tipo «Tenéis un regalo bajo el coche», que no suena precisamente a una invitación a recorrer España en bla bla car.
El aburrimiento llega a ser soez. Los estudiantes de hoy son monjes de «El nombre de la rosa», escribiendo en veneno para no traspasar el umbral del libro prohibido. Son parte pornográfica del sistema, la vanguardia de un ejército de aspirantes a funcionarios.
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