Opinión
La muerte no es el final
Hoy en Occidente se recuerda a los difuntos mientras ayer lo fue a Todos los Santos, cuando los creyentes se dirigen a ellos en súplica y petición de ayuda, –que por su cercanía a Dios nos pueden alcanzar de Él–, y también en agradecimiento por el testimonio de su vida terrenal. Son «todos los Santos» los que ya están en el Cielo gozando de la vida eterna tras su vida terrenal en este valle de lágrimas, –aunque algunas de ellas también fueron de alegría– y no son sólo los que están en los altares. La inmensa mayoría son los que el Papa Francisco denomina como «los santos de la puerta de al lado», que han alcanzado esa meta con una vida ordinaria y anónima para la humanidad.
Ayer y hoy los cementerios son muy visitados por los deudos de los que allí reposan en sus tumbas, hasta el día de la resurrección universal de los muertos. Para los creyentes, como canta el homenaje militar a los Caídos por la Patria «la muerte no es el final», y por ello precisamente ese día es considerado como el «dies natalis», el día del nacimiento a la vida eterna, que suele ser el establecido para conmemorar a los santos canonizados en el calendario litúrgico de la Iglesia.
La secularización también se proyecta en el sentido que se le otorga a esta jornada, siendo el profano obviamente muy distinto al religioso que en la fiesta de hoy reza y ofrece sufragios por los fallecidos para ayudarles, ya que no pueden ayudarse a sí mismos. Se les reza para que, si están en el Purgatorio, se acorte su estancia en ese lugar para subir definitivamente al Cielo a gozar de la felicidad eterna. En cualquier caso, honrar la memoria de los muertos, de los que un día estuvieron entre nosotros y ya no están, es un deber de justicia y caridad. Al fin y al cabo, su alma ya ha estado ante el Juez eterno y ha tenido su juicio particular con el veredicto acreedor de sus obras, pasado siempre por el filtro de quien encarna la Misericordia Divina. Ese tránsito mortal es consustancial a nuestra condición humana por lo que siempre es conveniente tenerlo presente; en la salud y la enfermedad, en la fortuna y en la adversidad. «Tempus fugit» y «sic transit gloria mundi», el tiempo pasa y la gloria de este mundo es efímera.
Descansen en paz todos los muertos y que el inquilino actual de La Moncloa deje ya de perturbar su descanso abriendo tumbas y trincheras.
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