Política
Náusea
Tal vez llegue el día en que nos avergoncemos de haber consentido que sea posible tanta infamia.
Me incomoda la sospecha de que algún día comenzaremos a darnos cuenta cabal de la profunda inmoralidad, tan repugnante como dañina, de muchas «convicciones absolutas» que, hoy, una parte de la sociedad da por buenas, o bien intenta ignorarlas, como si cerrar los ojos bastara para hacer desaparecer toda vileza. Quienes están imponiendo esas creencias nocivas conforman una élite –minoritaria, como toda élite– cuyas descabelladas ideas se instalan en la mentalidad colectiva de forma obligatoria, en muchas ocasiones a través de leyes que sacan adelante grupos políticos minúsculos, que ni siquiera poseen una representación cameral de mayoría social. Existen penosos ejemplos de cómo se está estresando y violentando de forma extrema al cuerpo social. Uno de los más sensibles es la manera en que se tratan políticamente los crímenes de niños. Los infanticidios, los filicidios. Lo hemos visto tras el atroz asesinato de una niña a manos de su madre: parece que quien asesina a una criatura inocente es culpable o víctima según sea hombre o mujer. Tras la filosofía de «los cuidados» (gran idea, ahora pisoteada y degradada en este barro ideológico), resulta que si la asesina es una madre, su crimen puede estar tan lleno de atenuantes que resulte hasta «comprensible». Mientras que si el criminal es el padre, todo serán agravantes. No solo sociales, sino penales. Utilizar el infanticidio como un argumento político e ideológico golpea el fondo de la ignominia. Produce una repugnancia no solo moral sino existencial, y hasta puramente física. Claro que, a la vez, quienes mantienen esa distinción («mujer asesina ‘cuidadora’, hombre asesino malo»), ¿no son los mismos que dicen que cualquiera puede declararse hombre o mujer según su deseo? Así que, ¿un filicida hombre pasaría a convertirse en madre protectora si declarase su voluntad de cambiar de género…? Tiempos ridículos, aunque también espantosos. De miedo. Y sí: quizás en un futuro no muy lejano nos daremos cuenta del dolor gratuito, del daño colectivo que se está ocasionando. Y tal vez llegue el día en que nos avergoncemos de haber consentido que sea posible tanta infamia.
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