Partido Popular

Laboratorio madrileño

Mientras Feijóo y Díaz Ayuso, y con ellos el resto del PP, sigan unidos, es muy probable que este frente resista

La brillante intervención de Isabel Díaz Ayuso en LA RAZÓN, esta semana, pone de manifiesto, una vez más, el empeño de la Presidenta de la Comunidad de Madrid, en no bajar la guardia ante el espectacular ataque desplegado desde el Gobierno central. Está claro que el PSOE da por perdido Madrid, aunque no por eso renuncia a una ofensiva tan gruesa y tan basta cuyo efecto no deseado sea que muchos madrileños se solidarizan aún más con su Presidenta. La explosión de inquina y de animadversión hacia la capital y su Comunidad podía haber sido modulada de tal forma que algún votante sintiera, en algún momento, cierta inclinación por votar a los socialistas. Pues bien, la política socialista en este asunto, es, como en Ucrania, la de tierra quemada.

Entender las razones de esta política suicida requiere comprender cómo el PP ha evolucionado desde los tiempos del anterior Secretario General a otros en los que no hay división entre los órganos centrales y las Comunidades gobernadas por los Populares. El nuevo equilibrio y el nuevo reparto de poder y de papeles lleva al PP a presentar una imagen de solidez que agradecen muchos electores que no acaban de acostumbrarse a los juegos políticos asesinos en los inicios de una crisis económica. Probablemente eso enfurece aún más al PSOE, que de todos modos ve en esa nueva estabilidad la ocasión de atacar a Feijóo atacando a Ayuso.

Mientras, Díaz Ayuso ha comprendido que lo que más le conviene a ella y a su partido es no rebajar la intensidad de la respuesta e, incluso, provocar a un socialismo que parece feliz de entrar en el juego del insulto, incluso desde La Moncloa. Se trata de identificar al PP con una actitud extremista para conseguir que los electores no madrileños se alejen de un partido al que tachan de radicalizado.

Por ahora, la maniobra no está saliendo bien. En Madrid, porque el electorado se siente menospreciado por la arrogancia clásica del socialismo español, incapaz de comprender por qué Madrid, salvo episodios coyunturales, dejó de votar a la izquierda hace mucho tiempo. En buena medida, la operación es estética, con un Madrid que parece y resulta mucho más moderno que las consignas socialistas. También lleva incorporada una cultura, que convendría ir renovando y adaptando, generada en su momento por unas elites en colaboración con el gobierno madrileño.

Fuera de Madrid, la unidad del PP es la clave para desmentir a quienes ven en la capital y en la Comunidad un laboratorio de radicalización, una excepción ajena al conjunto de la sociedad española. El paradójico éxito de Madrid en el Estado de las Autonomías, cuando se había previsto todo lo contrario, se traduciría ahora en arrogancia. Y el PSOE intentaría articular una política de «redención de las provincias» –sin expresarlo así, claro está– frente a quienes no se resisten a la tentación de dar lecciones. Mientras Feijóo y Díaz Ayuso, y con ellos el resto del PP, sigan unidos, es muy probable que este frente resista. Por otra parte, también ofrece la oportunidad de iniciar una reflexión nueva acerca del papel de Madrid en el Estado autonómico. Es difícil hacerlo en un panorama tan tenso como el actual, pero ya antes los dirigentes madrileños fueron capaces de imaginar y pensar la realidad de otro modo, y ahí está la clave del éxito de los populares en Madrid.