Pedro Sánchez
Y él, mientras, acariciando un gato
Máscaras fuera, que esto es cosa de Podemos. Que a la izquierda del PSOE nadie suma y mucho menos multiplica sin pasar por el fielato de Podemos
No entiende muy bien Rubén por qué Iglesias nombró sucesora a Díaz a no ser que fuera para que se quemase y aparecer él como gran salvador de la Izquierda cuando llegara el momento. Eso explicaría su furibundo e incesante ataque a la vicepresidenta que él contribuyó a encumbrar, como bien se ha encargado de recordarle estos días. Rubén tiene un amigo que tiene un hijo en Podemos y le ha dicho que en realidad era ese el plan: guardo a Belarra o a Montero en la reserva, ofrezco imagen de apertura y búsqueda de verdadera unidad a la izquierda, otorgo rango de sucesora a alguien muy valorada por la opinión pública, y la dejo expuesta a su propia ambición hasta que empiece a quebrarse en su pedestal. Y en ese momento, reaparezco como líder salvador.
Rubén siempre pensó que Yolanda se le había ido de las manos a Pablo Iglesias, que tenía más peso político y capacidad de atracción de la que él imaginó al adoptar tan arriesgada decisión. Pero a la luz de lo presente y lo pasado, a la vista de lo poco o nada que desde Podemos se ha hecho en pro del liderazgo de la vicepresidenta digitalmente designada, y de la virulencia de los ataques de estos días con el horizonte electoral, empieza a pensar que lo del chaval no es ninguna tontería. Que en realidad lo de Yolanda era una estrategia pensada para que llegado el momento ella fuera la víctima sobre la que se encumbrarían los verdaderos o verdaderas sucesoras de Pablo Iglesias. O el propio Pablo resucitado.
Su actuación presente, cuestionando no sólo la oportunidad política del liderazgo de la gallega, sino su propia valía personal mientras recuerda que él la puso allí, muestra que el momento ha llegado, y que es hora de acabar de una vez con la comedia de que la izquierda española estaría liderada por una mujer que no solo no es de Podemos, sino que ni siquiera ha militado o simpatizado con el partido jamás. Que es comunista, lo que no está mal, pero viene de Izquierda Unida, que sí lo está.
Máscaras fuera, que esto es cosa de Podemos. Que a la izquierda del PSOE nadie suma y mucho menos multiplica sin pasar por el fielato de Podemos, o, por precisar, sin someterse al escrutinio y sabia orientación del conducátor ex vicepresidente y opinador.
Con todo, hay algo que a Rubén le sorprende, y es que Yolanda Díaz entrara en este juego sin sospechar algo. Que asumiera la responsabilidad de dedazo sin cuestionarse la verdad profunda, la razón de larga estrategia que había rumiado Iglesias para decidir tal cosa. ¿No le sorprendió el disciplinado silencio de la sucesora por parentesco natural? ¿No le chirrió que no se contara con ella en momentos y encuentros clave para Podemos, parte de esa izquierda que se supone iba a liderar? Puede que sí. En ese caso, se sintió fuerte para vencer y decidió empujar desde su propia autoconfianza. Eso explicaría su prudencia y la lentitud con que ha puesto en marcha esa alternativa de irónico nombre, Sumar.
También puede que se creyera, como él, el cuento de la sucesión. Pero eso es más improbable.
De confirmarse toda esta tesis de enrevesado maquiavelismo del líder, calcula Rubén que vamos a tener unos meses muy movidos en esa izquierda española tan dada a pegarse dentelladas unos a otros. Si Díaz se mantiene firme desde su posición de gobierno, e Iglesias continúa apretando a la vista de que ni Montero con sus leyes transgresoras ni Belarra con su silencio de niña pálida levantan pasiones electorales, el espectáculo de cainismo y autodestrucción será impagable.
Y eso es malo, entiende, para la política española.
Quebrado ya el ariete antibipartidista, con Podemos en un lado y Ciudadanos bajo tierra, con una derecha que está siendo incapaz de encontrar el camino que le permita crecer hacia el centro y una izquierda que se devora a sí misma ejerciendo de clásica izquierda española, al PSOE de Sánchez se lo ponen relativamente fácil para ocupar espacios que le permitan perpetuarse en el poder. Más aún a la vista de la disposición impúdica que tiene el presidente para hacer lo que sea con tal de conseguirlo. El ejemplo más claro, y probablemente uno de los más históricamente relevantes, es el de la cesión a Esquerra del abaratamiento de la sedición que condenó a su líder y compañía. Quitar el delito de sedición no es equipararnos a Europa, como infantilmente pretende Sánchez que creamos, sino conceder al independentismo en general y a Esquerra Republicana de Cataluña en particular, la posibilidad de recuperación penal y resarcimiento político que le habían pedido. ¿Queréis indultos? Ahí están. ¿Fuera sedición? La saco. Lo que haga falta para que me apoyéis los presupuestos.
Mientras, a ambos lados de la casa sanchista, puñales e improperios por la izquierda, y voces e indefinición desde la derecha.
Se imagina Rubén a Sánchez acariciando un gato mientras entrecierra los ojos y calcula el espacio y el tiempo que los adversarios y supuestos aliados le van dejando día a día.
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