Eduardo Inda
Irene como símbolo del nivel de los políticos
Lo que cuenta no es la preparación sino la sumisión o el nepotismo
No voy a hablar solamente de la polémica en sí del mes o tal vez del año de un Gobierno chapuzas y amoral acostumbrado a vivir en una ciénaga permanente. Es cierto que la ley del «sólo sí es sí» es una salvajada de pe a pa. Lo sabíamos antes incluso de que Irene Montero provocase este pollo, entre otras muchas razones, porque destruye ese principio democrático fundamental que es la presunción de inocencia. A nuestra protagonista se le podrá negar el pan y la sal pero no la sinceridad en el caso que nos ocupa: «Ninguna mujer va a tener que demostrar que hubo violencia o intimidación en una agresión para que sea considerada como tal». Acongojante porque en un Estado de Derecho la carga de la prueba corresponde al que acusa, no al que se defiende. Es lo que distingue a los sistemas de libertades de las dictaduras. Lo advertimos no sólo un sinfín de leguleyos sino también un Consejo del General del Poder Judicial que, es casi insultante recordarlo, sabe de estas cuestiones setenta veces siete más que la inane ministra de Igualdad. Bueno, de esta materia y de todas, porque hay que ver el nivel de la personajeta. El aluvión de rebajas de penas y excarcelaciones que generará la cafrada de Montero es incalculable aunque en el mejor de los escenarios saldrán a la calle decenas de abusadores y/o violadores. Gentuza que pululará por nuestras calles poniendo en riesgo la integridad de nuestras hijas, mujeres y amigas por culpa de la pareja del megamachista Iglesias. Entre los beneficiados, manda bemoles, estará al menos uno de los malnacidos de esa Manada que fue la razón argumental para sacar adelante esta ley. Maldita seas, Irene. Sólo a una chula y mema nivel dios se le ocurre promulgar una legislación ninguneando tanto los avisos a navegantes del Consejo de Estado, como sobre todo, del CGPJ. Los 20 integrantes de este segundo órgano constitucional pronosticaron unánimemente lo que está sucediendo. La copropietaria del casoplón de Galapagar pasó de ellos y ahora infantilmente culpa a los jueces «porque son machistas» y le tienen manía. Esto es como si vas al médico por una dolencia grave y desoyes sus prescripciones o como si te operas y le das lecciones al cirujano: tus opciones de espicharla aumentan exponencialmente. Montero es el epítome de una clase política cuyo fondo y cuyas formas provocan pánico teniendo en cuenta que de ellos depende el devenir de 46 millones de ciudadanos. Cuando uno echa la vista atrás y recuerda quiénes nos gobernaban en la Transición, durante el felipismo y con Aznar se echa a temblar. Entonces, formaban parte del Gobierno catedráticos, médicos de postín, abogados del Estado, ingenieros y arquitectos, todos ellos con un común denominador, ser números 1 en lo suyo tras una trayectoria impecable. Ésta fue ministra con 29 años y no precisamente por su experiencia sino por su condición de compañera sentimental del macho alfa. Ahora vale todo: da igual que seas un iletrado, un mangante, Abundio o las tres cosas a la vez porque, cuanto más bajo sea tu nivel intelectual y más alto tu desaliño, más alto llegarás. Lo que cuenta no es la preparación sino la sumisión o el nepotismo. Una persona cuyo currículum se limitaba a haber ejercido de cajera en una gran superficie comercial no reúne los requisitos mínimos para figurar en el Ejecutivo. Cosa bien distinta es haber empezado de cajera, profesión respetabilísima donde las haya, y haber terminado meritocráticamente de ministra tras una dilatada carrera profesional. En fin, tenemos lo que nos merecemos. Suframos lo votado.
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