Irene Montero

Victimar

Contribuir a que el contrincante tome fuerzas, en vez de lograr debilitarlo, es un procedimiento pésimo, fracasado

Sobre la polémica protagonizada por una diputada (Vox) y una ministra (Igualdad) en el Congreso: cuando se arremete contra el adversario conviene no olvidar que, hoy, las guerras son de opinión. No se libran en el campo de batalla. Las Cortes no pueden ser jamás terreno bélico, porque toda lucha –faltaría más– se lidia ahí pacíficamente mediante careos dialécticos. El Parlamento español no debe ser homologable en eso al de Jordania –allí, el propio presidente de la cámara se enzarzó a puñetazos con un diputado–, Chile –ídem–, o Ucrania –antes de la guerra, los parlamentarios discutían sobre corrupción a mamporro limpio–, y tantos ejemplos que entienden la democracia como intercambio de trancazos y pedradas, no precisamente retóricas.

Combatir políticamente con labia y facundia al de enfrente tiene por objeto ponerlo en evidencia, vencer sus argumentos. Pero atacar al otro con inoportuna maña verbal puede convertir al adversario en víctima. La diputada de Vox solo ha conseguido victimizar a la ministra de Podemos: la ha ayudado en su empeño. Su embestida fallida le ha dado fuelle, resuello y poder. La ofensiva, pues, ha sido inútil, y ha debilitado a la atacante. Contribuir a que el contrincante tome fuerzas, en vez de lograr debilitarlo, es un procedimiento pésimo, fracasado. Un elocuente tiro en el propio pie. Trasmutar al oponente en víctima es, en resumen, una torpeza táctica, una estratagema poco hábil porque, como digo, ahora las guerras son de opinión. Y precisamente la opinión pública está más predispuesta que nunca a sentir predilección por la víctima. Ni siquiera porque simpatice con ella, sino porque la victimización es actualmente el entretenimiento más políticamente correcto, una actividad emocional industrial que reporta grandes beneficios, la mayoría de ellos incluso al contado. La diputada de Vox logró que una ministra –que se encontraba en el punto más bajo de aceptación por parte de los ciudadanos después de los problemas que está acarreando la ley que abandera–, tome aire, tras ser victimada, y convierta en victoria (aunque pírrica) lo que antes era una derrota incuestionable.