Educación

La deriva educativa

Estamos a más de dos décadas de distancia del promedio de los países que forman parte de la OCDE en cuanto al nivel del capital humano

Me reúno de vez en cuando con mis colegas universitarios, con los que he compartido toda una vida dedicada a la enseñanza y la investigación, para hablar de lo divino y lo humano, sin un programa previo, por la senda a la que conducen nuestras preocupaciones momentáneas. Esta vez hemos derivado hacia el deterioro del nivel de conocimientos de nuestros alumnos y, claro está, hacia la constatación de que los resultados del sistema educativo en España nos enfrentan a un abismo de previsibles contrariedades para esta piel de toro.

Los problemas asociados al menoscabo del nivel formativo son ya visibles en la sociedad española. En estos días se ha hablado mucho de las dificultades que encuentran los jóvenes para encontrar un trabajo bien retribuido, si es que logran salir de las fauces del paro. Puede parecer injusto, pero a nadie debiera sorprender que a los varios centenares de miles de jóvenes que han fracasado en el sistema escolar no haya empresas que quieran ocuparlos en un puesto de trabajo. Pero no es sólo eso, sino que, incluso entre los titulados universitarios –que, por cierto, abundan– no es infrecuente encontrar bajas retribuciones salariales que dificultan el acceso a una vida independiente. Se suele decir que un tercio de ellos tienen empleos para los que están sobrecualificados. Sin embargo, quienes esto afirman sólo se fijan en la posesión de títulos académicos sin tener en cuenta la devaluación que han experimentado éstos debido, precisamente, a la deriva decreciente que han experimentado las universidades en cuanto al nivel de exigencia de conocimientos a sus alumnos para aprobarlos.

Todo esto, lo que pone en claro es que la élite intelectual del país es demasiado estrecha para cubrir las exigencias de una sociedad en la que se aspira a la homologación con nuestros socios europeos más avanzados. La OCDE lo ha destacado ya en sus numerosos informes sobre los escolares y sobre la población adulta. En realidad, estamos ahora a más de dos décadas de distancia del promedio de los países que forman parte de ese organismo en cuanto al nivel del capital humano. Y, claro, cubrir esa brecha requiere un enorme esfuerzo. Lamentablemente no estoy seguro de que, con nuestros mimbres educativos, seamos capaces de lograrlo.