Valencia

La izquierda valenciana, en su laberinto eléctrico

Nada hay más divertido que ver a esa izquierda ecologista y tal perdida en su laberinto, defendiendo la pureza de los paisajes de una España, la que vive de la agricultura y la ganadería, que está a punto de colapsar

Andan los de Compromís a vueltas con las energías verdes y, en su línea habitual, tiran de destitución de cualquiera que no pase por el aro. Le ha ocurrido a Pedro Fresco, que fuera director general de Transición Ecológica del gobierno autónomo valenciano y reputado especialista en generación eléctrica de fuentes renovables, y le pasó a la consejera del ramo Mireia Mollà. La cuestión de fondo estriba en que las centrales fotovoltaicas afean el paisaje, «consumen», no se pierdan el palabro, mucho territorio y, al parecer, condenan a la dependencia al mundo rural.

Pero dado que se aproxima el apocalipsis climático y que no nos gustan ni las centrales nucleares ni las presas de producción hidroeléctrica, algo habrá que hacer para cumplir, también en Valencia, con el programa de transición energética de la Agenda 2030. La solución de estos ecologistas vergonzantes de Compromís, expuesta en tres idiomas, («con la energía, comencemos por el tejado/comencemperlateulada/comencempelsostre) consiste en instalar placas solares en la mayor parte de los edificios de la comunidad, para conseguir mediante el autoconsumo los 6.000 megavatios del plan de renovables. Ya les digo que ni de coña, pero es porque a mí no me pueden destituir como a Pedro Fresco, que opinaba lo mismo.

No es cuestión de entrar en el desiderátum de unos políticos que, además, pretenden limitar el papel de las grandes comercializadoras eléctricas, ese malvado oligopolio, mediante la creación de una agencia pública, otra más, abonada a la barra presupuestaria, sino de constatar su asombroso nivel de inconsecuencia. Si ya de por sí la energía solar y la eólica necesitan otras fuentes de respaldo, por la poderosa razón de que ni el viento ni el sol se pueden almacenar, cada hogar, cada industria y cada espacio urbano deberían contar, al menos, con acumuladores para depender lo menos posible de la red general. Pero estos, que son caros y poco eficaces, convierten la amortización de las inversiones en una entelequia.

Nos queda, eso sí, la vía de las subvenciones públicas –en Madrid cubren una parte del coste y, además, hay municipios que bonifican el IBI– y del control de los precios, es decir, seguir tirando del déficit público hasta que ya no se pueda más. Pero, aunque sea un placer efímero, nada hay más divertido que ver a esa izquierda ecologista y tal perdida en su laberinto, defendiendo la pureza de los paisajes de una España, la que vive de la agricultura y la ganadería, que está a punto de colapsar. Vacía, pero sin feas placas solares.