Luis Enrique

Fútbol

Tenemos las declaraciones del exentrenador Luis Enrique diciendo: «Si no ganamos, no pasa nada», un mensaje deportivamente pulverizador, que significa la negación total del espíritu competitivo

Los naturales de Marruecos, de donde tuvieron que emigrar corriendo, demuestran más espíritu patriótico que los españoles, que aparentemente poseen un pasaporte que les ofrece cierto amparo legal y la posibilidad de una vida (semi) digna.

La selección española y su entrenador, que en este mundial han quedado a la altura de la suela de una babucha, son la ilustración viva de aquella idea, que tanto estimula universalmente al fracaso, que dice que «Lo importante no es ganar, sino participar». O sea, el triunfo del infantilismo llevado a la alta competición deportiva. De seguir así, dentro de poco en España no se batirán marcas ni se conquistarán títulos: se dará besitos a todos los participantes, y un diploma precioso lleno de ringorrangos doraditos por su intervención, siempre tan entusiasta como malograda.

Tengo para mí que la competición entre selecciones nacionales es la representación sublimada de las antiguas guerras tribales, por eso las aficiones más emocionantes, las que transmiten más la fuerza de la competición, son las inglesas, que tienen unos cánticos tan conmovedores que, al oírlos, incluso a los rivales les dan ganas de saltar al campo a luchar por la gloria de Northumbria…

Mientras, en la aldea ibera existencialmente vacía que ya es España, tenemos las declaraciones del exentrenador Luis Enrique diciendo: «Si no ganamos, no pasa nada», un mensaje deportivamente pulverizador, que significa la negación total del espíritu competitivo, de la esencia de cualquier juego deportivo, desde las olimpiadas griegas hasta Qatar. Decir que ganar no importa es más propio del entrenador de un equipo infantil de colegio adiestrado por el presidente de la asociación de padres, que de una selección nacional de fútbol. Pero sí muy característico de lo que hoy es –y representa– España: un país convertido en multitudinario partido infantil en el que cada asistente recibe un diploma para que no se traumatice, mientras se hunde el estadio. Para ser grandes, la primera condición es creer que se puede ser grande, o hacer cosas grandes. Y por estos lares…, ni Luis Enrique ni el Tato se lo creen ya.