Sociedad

Arzobispo emérito de Valencia

Me aflige, como no podría ser de otra manera, el laicismo imperante y dominador de conciencias con el olvido tan grueso de Dios y del hombre que nos están llevando a la ruina

Desde el pasado sábado, 10 de diciembre soy Arzobispo emérito de Valencia. Y me dedicaré como sucesor de los Apóstoles a lo que corresponde al Obispo, porque no dejo de ser Obispo, aunque haya pasado a ser emérito de Valencia, pero, a partir de ahora, sin ninguna diócesis concreta ni una misión específica, porque seguiré activo, pues como se dice en el Libro de los Hechos de los Apóstoles me dedicaré, ya me estoy dedicando: a orar y a predicar aunque sea por escrito, como intentaré en este texto.

Cada día estoy más preocupado por todo lo que nos está sucediendo en España. Esta mañana mismo me desayunaba con este titular en la primera página de LA RAZÓN: «Vamos a sonrojar a España haciendo diputado a Junqueras», que –aun siendo muy bueno y acertado el titular– me ha dejado un tanto desolado y entristecido, porque podría entrañar o significar muchas cosas y apuntar a diversos locutores: una, como lo aclaraba después en el artículo de referencia en páginas interiores era el de la previsible o pretendida independencia de nuestra querida Cataluña, aunque son ya tantas las cosas que nos están sonrojando provenientes del mismo origen… Pero, este 12 de diciembre, día de la fiesta de la Virgen de Guadalupe, recordaba aquellas palabras suyas a Juan Diego: «¿Por qué andas afligido así? ¿No soy yo tu madre?». Me están afligiendo muchas cosas, pero recuerdo esas palabras suyas que nos dice Ella que es nuestra madre, y una madre no deja a los suyos, y más a esta España suya, porque es tierra de María Santísima.

¿Y qué me aflige? Me aflige, por ejemplo, como he dicho desde aquí otras veces la independencia de Cataluña de España, y porque es un mal moral la ruptura de la unidad. Pero también me aflige lo que se está haciendo con la democracia, la forma de gobierno autocrática, la mentira que está imperando como forma de vida y la falta de diálogo, el engaño, la utilización del derecho con fines e intereses propios, las ideologías que están defendiéndose como la más radical que es la de género, la despreocupación por la persona o por su bien y del bien común, la negación y aún la eliminación de la oposición como el caso de Leguina y tantas y tantas cosas me afligen porque se ha olvidado la Constitución de la concordia, el derecho y la verdad.

Se habla de que nos encontramos no sólo al borde de un cambio de época, sino que nos encontramos ya en una en una nueva época, o al menos en sus umbrales, –quizá sería más acertado–. No sólo en España, sino también en Europa, también en el mundo entero. Seguramente que es así: de hecho son bastantes las coincidencias que se dan por doquier para que sean pura casualidad tales coincidencias: por ejemplo, algunas ideologías que están imponiéndose en todas las partes. Todo hace pensar que están actuando fuerzas ocultas y no tan ocultas que planean un «nuevo orden mundial» obra de una ingeniería social. Y me aflige, como no podría ser de otra manera, el laicismo imperante y dominador de conciencias con el olvido tan grueso de Dios y del hombre que nos están llevando a la ruina.

Por referirnos a España. Existe, desde tiempo atrás, un proyecto de cambio social, cultural y político con otros principios ideológicos que puedan definir la identidad social, histórica innegable; es un proyecto de gran alcance en valores culturales, de la España moderna por mucho tiempo, pasada ya o dejada una «primera», transición, reconsiderada por algunos grupos influyentes como superada e insuficiente, y llamada a una nueva o segunda transición. Este proyecto no es nuevo ni exclusivo nuestro, sino que tiene pretensiones de alguna manera de universalidad, y está favorecido por poderes, no siempre identificables pero reales. Hay proyectos que no los hacemos nosotros, sino que se nos dan hechos, y de algunas manera se nos imponen, a veces por fuerzas ocultas o impersonales, pero reales y muy bien orquestadas.

Todo obedece a un proyecto, que lo hay: son lo que son pero no tontos. Ese proyecto que se intenta que se de en España, dentro de un nuevo Orden Internacional o Mundial. El proyecto, además de reclamar una nueva transición, en España, parece que, en algunos y por algunos, existe un proyecto que reclama también cambios sustanciales y subvertidores en la estructura social y cultural, incluso económica vigente. Con el proyecto se trata de impulsar o proseguir una, llamemos, revolución cultural, que últimamente se pretende radicalizar y acelerar particularmente en España. Pienso que no es privativo de España, aunque España sea utilizada como un escenario privilegiado e «influyente». Así, con pretensiones de una cierta universalidad, se potencia al mismo tiempo una inmediata y clara repercusión en Hispanoamérica.

El proyecto responde a una concepción ideológica basada en una ruptura antropológica radical y que, a mi entender, se asienta sobre algunos pilares básicos e interrelacionados: el relativismo epistemológico y moral, presentado, entre otras cosas, como «extensión de derechos», de nuevos derechos, e inseparable de una concepción del hombre como libertad omnímoda y de una ruptura con la tradición; el laicismo, que poco tiene que ver con una sana «laicidad» del Estado y de la sociedad; y la ideología de género, presentada como «igualdad y no discriminación» pero camuflando u ocultando la carga de profundidad y de destrucción humana que comporta. Se presenta, a su vez, como un proyecto de «modernización de España y de otros países». Usa ideas fuerza y terminología «talismán»: paz, modernidad, igualdad, anticorrupción, extensión de derechos,… Es mucho más que un proyecto exclusivamente legislativo. Es también, social, político y cultural: cambios legislativos, cambios sociales, cambios culturales, cambios estructurales, incluso nuevas «Constituciones», finalizar el sistema vigente. Trata de transformar la realidad social y cultural de España o de esos otros países, pero también su identidad. Cuenta con apoyo mediático notable y con una red de organizaciones afines y mimadas. Encuentra, se diga o no se diga, en la Iglesia Católica como referente y en la familia como transmisor de un poso de valores, sus principales obstáculos. Se trata, en síntesis, de un proyecto de transformación de una nueva sociedad, con una nueva lectura de la historia, con nuevas personas y nueva mentalidad que asuman con normalidad el laicismo, el relativismo y la ideología de género, como pilares; que implanten nuevas leyes «sociales», que expulsen a la Iglesia del espacio social, sobre todo del campo educativo.

¿Qué hacer ante esto? Ser proactivos y trabajar en defensa del hombre, de la persona, de lo humano, del bien común, inseparable de la persona y tan olvidado en el ámbito social y político, y propiciar una «memoria», que conserva y transmite la verdad de lo que somos y que trae futuro, no división ni rupturas. Por parte de la Iglesia corresponde evangelizar y llamar a la conversión y a la esperanza, renovarse y renovar, ser voz que clama en el desierto. Ahí está también mi compromiso como emérito.

Antonio Cañizares Llovera es cardenal y arzobispo emértio de Valencia.