Navidad

Carta al que desea unas felices saturnales

Así te queremos, gozoso y satisfecho en la felicidad que encuentras en vivir las navidades sin navidades como cuando alcanzas no sé qué victoria en cocinar bacon sin bacon

Traigo unas notas para ti, querido amigo que felicitas las «fiestas», «las saturnales», «las vacaciones», «estos días» o cualquiera de las elipsis que utilizan los que felicitan la Navidad sin querer felicitar la Navidad y en general, la gente atrapada en la rotonda del hecho histórico –cristiano, con perdón– del nacimiento de Cristo.

Quiero tener un recuerdo para ti y tu entrañable posición ideológica sobre la Navidad que cada año, por estas fechas, montas en el salón y decoras con lucecitas de colores como los demás montamos el árbol o el Nacimiento sofronizados por el mainstream de las tradiciones cristianas. Permíteme, querido amigo, que yo también le vea el truco a esta oposición a la Navidad desde la izquierda. Si te digo la verdad, no encuentro nada que represente mejor los ideales zurdos que el hecho de que el rey de los hombres eligiera venir al mundo en una familia de desplazados detenida en un sucio portal lleno de bestias y no un hotel de cinco estrellas o un palafito en Bora-Bora. No sé cómo no ves en el Niño al poderoso que por voluntad propia se iguala con los más débiles, con los indefensos, él que hizo suya las cruz del sufrimiento de todos los hombres.

Qué le vamos a hacer. Esto es así y así te queremos, gozoso y satisfecho en la felicidad que encuentras en vivir las navidades sin navidades como cuando alcanzas no sé qué victoria en cocinar bacon sin bacon y espaguetis sin pasta, tareas que consideras un signo de personalidad. Porque lo quieres hacer diferente, porque ansías ser original, porque te da vergüenza vivir con los otros lo mismo que viven los otros. A ti, oveja negra vocacional, te reconozco el empeño en descubrirnos a los demás, pobres borregos, que Jesús no nació el 25 de diciembre, que la Navidad transformó un rito pagano, que tres Reyes magos ni eran tres, ni eran reyes, ni eran magos. Y que Papá Noel era verde y le cambiaron el color los cochinos imperialistas de la Coca Cola. Que eso no son camellos pero sí dromedarios, y no quiero dejar de nombrar el aviso –afortunadamente nunca cumplido–, de que el año que viene te quedas en tu casa cenando una tortilla francesa porque el cordero de noche te cae fatal.

Te concedo la razón, amigo saturnalista, porque manejas la precisión de la historia. Por eso destapas antes que nadie las incongruencias del relato de la Navidad (o como quieras llamarle) que nos hemos tragado los occidentales y los católicos, ya sabes, gentes tan naïf. Heroicamente nos avisas de las mentiras con las que el sistema, ya sabes, ha adocenado las mentes de los humanos a lo largo de la historia y a cada poco te haces presente en las conversaciones con inteligentes tesis en las que los vikingos ya estuvieron antes en esta parte y en otra parte, también. Por favor, te pido que no dudes en contarnos el día en que llegues a la conclusión de que Cristo era vikingo pues esa Nochebuena será mejor aún gracias a ti y a tus adorables matices. Porque al fin al cabo, eres uno más, uno como los demás, y esta mañana te has sentido solo en compañía de tantos que, ¿sabes? estamos dispuestos a aceptarte, a quererte, a soportarte una noche más, a celebrarte como eres en lo que llamas «estos días» y, sobre todo, a desearte que tengas una muy feliz Navidad.