Política

Una de zombis

Se imagina a puigdemones, kitcheneros y demás ralea de trincones de lo público desfilando por el escenario con una coreografía de muertos vivientes, liberados inesperadamente como personajes de película de terror dispuestos a cobrarse lo suyo y acaso devorar lo que puedan

Escucha Ana en la radio que en Estados Unidos se extiende la práctica de convertir cadáveres en abono, e inmediatamente piensa en Puigdemont. Se sorprende a sí misma por lo escasamente poético y hasta escatológico de la metáfora, pero razona que su subconsciente ha hecho una conexión más que pertinente.

La entrada en vigor esta semana de la nueva legislación diseñada por Sánchez para alimentar a quienes le mantienen en el poder, no sólo abre las cárceles y los juzgados para que salgan los malversadores mientras los cierra para que no entren los golpistas, es que va a conseguir darle vida a los muertos o al menos, hacer abono de ellos. Y quizá no para su jardín. Ana piensa en cómo esto de las rebajas penales a la carta puede poblar de malversadores y unos cuantos sediciosos condenados o por condenar el paisaje político nacional. Se imagina a puigdemones, kitcheneros y demás ralea de trincones de lo público desfilando por el escenario con una coreografía de muertos vivientes, liberados inesperadamente como personajes de película de terror dispuestos a cobrarse lo suyo y acaso devorar lo que puedan.

El gobierno de Pedro Sánchez, que arrastra su propia cruz por la banda izquierda y acumula descrédito por el mal hacer de algunos de sus elementos señeros –la última de la secretaria de estado de Igualdad con las risitas a cuenta de los violadores sueltos, es ejemplo palmario de esa incompetencia pornográficamente exhibida–, se enfrenta ahora a una situación muy complicada que le parece a Ana que puede ser mortal para la izquierda en general y el psoe en particular.

De entrada, la resurrección de Puigdemont, como elemento limpio de pesos penales y quién sabe si a tiempo aún de jugar en la política para finales de año, es un mal dato para sus amigos de Esquerra, por mucho que brinden y celebren. Pero es aún peor, como una suerte de regalo que te hace tu primo o tu cuñado para fastidiar, para sus compañeros socialistas que ya calientan la banda para las municipales y autonómicas. Ana se imagina a los jugadores de un club de fútbol a punto de salir a jugársela en la final recibiendo ladrillazos del presidente del equipo para divertir a sus amigotes accionistas. Contentos deben estar los barones. Más aún si hacen cuentas mirando al calendario y calculan cuándo más o menos podrán producirse los fastos indepes de recibimiento al «conducátor» tras su regreso del maldito exilio por culpa de la dictadura española. Sudores fríos les deben entrar, si visualizan ya la escena en plena campaña electoral, con los votantes recordando a quién se debe el regreso del zombi de Waterloo. Al mismo que la libertad de los que tendrían que seguir en la cárcel por haber robado dinero de todos –los votantes también– y apurando un poco, también al mismo equipo que legisló tan mal para proteger a las mujeres que sacó a la calle antes de tiempo a un buen puñado de abusadores sexuales.

Se nos puebla el decorado de zombis y uno se pregunta si los que diseñan este tipo de estrategias se asoman al mundo o saben de qué va. ¿Es que no han leído a Loureiro o los cómics de Kirkman o han visto The Walking Dead? ¿Es que no saben que si le brindas a un muerto la posibilidad de volver lo más probable es que se escape de tu control? O lo matas del todo, o lo resucitas y ya veremos. Pero a medias, jamás. ¿De verdad piensa alguien que no lo va a machacar políticamente legislar para un grupo político ajeno por presencia y voluntad al país en que gobierna? ¿Que va a salir gratis que empiecen los jueces a liberar ladrones de lo público?

Ana, que no es política ni se dedica a lo del fino análisis, sigue sorprendiéndose de tamaña torpeza estratégica. Liberar corruptos es un error que se paga en España. Y caro. Hay parte de la izquierda que tampoco lo está digiriendo. Y percibe un cansancio general, quizá con la excepción de los muy entregados a la causa, los que ven fachas y nazis por cualquier rincón, ante la constatación diaria de que una parte del país que quiere salirse de él sigue marcando su agenda política, y que una ley hecha por esta mayoría para proteger a las mujeres está consiguiendo que un buen puñado de agresores sala a la calle.

Podría seguir, pero ya tiene prisa para ir a clase. En la tele explican ahora que con un solo cadáver se puede crear hasta un metro cúbico de abono. Y vuelve a Puigdemont. Y de repente, despeja la incógnita de su propia metáfora: Puigdemont no es el zombi incontrolado para quien calculó que podrían contribuir a sostenerle. Qué va. Es el abono con el que va a sepultar su propia estrategia.

Puigdemont es el compost del PP.