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Voz..

Comprobé que, como siempre, «la voz de la calle» es la única que cuenta la verdad

Como ellos no se apean del avión o carricoche oficial, cuyos conductores cobran sueldos de príncipes saudíes, no pueden oír «la voz de la calle». Ayer subí a un taxi, su locuaz conductor estaba casi al final de una larga jornada, y a mí me gusta escuchar a los desconocidos. Como pertenezco a la clase exobrera, cuando voy a una recepción con gente «principal» –primeros ministros y prebostes–, termino hablando con los camareros, que son personas de verdad y siempre tienen algo que enseñar. Como este taxista. Estaba tranquilo, no irritado ni iracundo, sino resignado y con un aire triste, descorazonado. Me dijo que lleva 28 años trabajando, pero no prospera. Apenas puede pagar la hipoteca: eran 600 euros pero, con las subidas de tipos de interés, ahora paga 1100. Trabaja 15 horas diarias, en vez de 8 o 10 como antes. Con 48 años, se levanta «doblado» de dolor después de tantas horas sentado en el coche. «Y tengo suerte. La mayoría no puede trabajar más, aunque pagan una mensualidad doble con el mismo sueldo, que cunde menos con la inflación». A veces, dijo, se deprime un poco, porque lleva décadas trabajando y no logra mejorar su vida. «Algunos, con 55 años, no pueden más, piden baja en la Seguridad Social, cobran algún subsidio y hacen chapucillas en negro, porque eso es lo que propician las leyes, que nos premian por ser parados y nos penalizan y persiguen fiscalmente por trabajar. Yo no podría quedarme en casa viendo tele y esperando la jubilación… Sí, hay dos Españas, pero no la roja y la azul, sino una que paga y otra que cobra. Unos que aportamos y otros que chupan del bote. Si pudiera…, yo también me iría a Portugal». Oyéndolo hablar me dije que sí: existe una España trabajadora, a duras penas (muy duras y con muchas penas), que cotiza y vive en una dolorosa desesperanza que, más que económica y laboral, ya es existencial. Y comprobé que, como siempre, «la voz de la calle» es la única que cuenta la verdad.