Opinión

«A España no la va a conocer ni la madre que la parió»

Sabemos que este año es muy importante políticamente hablando para España, al tener elecciones de todo tipo, comenzando por el domingo 28 de mayo, con municipales y autonómicas en doce comunidades, para concluir el año con elecciones generales. El día en que se celebrará esta última cita está en manos de Sánchez como presidente del Gobierno, pero constitucionalmente la fecha límite disponible es el 10 de diciembre, domingo siguiente al del llamado «acueducto» de la Inmaculada-Constitución, lo que hace que ya se especule con la fecha del domingo 3 de diciembre para esta trascendental cita con las urnas. Una consecuencia inevitable es que vamos a vivir en «modo electoral» desde ahora, con el CisTezanos en cabeza invirtiendo los recursos públicos en intentar convencer a la opinión pública de que el PSOE y sus aliados, o sea el sanchismo, sigue liderando la intención de voto de los españoles, sirviéndose para ello de sus barómetros ahora mensuales y «a la carta», y no trimestrales como antes.

Dado que una democracia es un régimen político de opinión pública, se trata de conseguir que la opinión publicada de esos barómetros se transforme en voto al ser interiorizada por los ciudadanos como opinión personal y propia. El interés general de España y el bien común de los españoles se convierten en el interés personal de Pedro Sánchez –lo que a estas alturas no es ningún secreto–, pero este año si cabe aún más acentuado, lo que incrementa la preocupación al respecto. Cada vez está más instalada en una significativa parte de la sociedad española, la deriva radical y populista del sanchismo en el Gobierno, y lo que significaría para España una legislatura más en sus manos que, ahora sí, haría realidad la profecía de Alfonso Guerra al alcanzar el Gobierno en 1982: «A España no la va a conocer ni la madre que la parió».

Basta reflexionar sobre la opinión expresada por Guerra en la actualidad para tomar conciencia de la delicada situación que afrontamos, que no preocupa «solo» al espectro del centroderecha político y social, sino al socialdemócrata, con cualificados representantes suyos expresando públicamente su opinión. César Antonio Molina, escritor que fuera ministro de Cultura con Felipe González, en un artículo cuyo título, «El estigma Sánchez», ya define nítidamente su contenido: «Le votamos para castigar la corrupción. Hizo promesas. No cumplió. Nos engañó. Nos traicionó. (…). Se convirtió en un autócrata (…). ¿Entonces callar o no callar?» Ayer firmó un manifiesto suscrito por 255 personalidades, muchas de ellas como él, socialistas, rechazando esta política. Así estamos.