Gobierno de España

Desalmando la democracia

Para eliminar los riesgos y que no suceda aquí lo que vemos en otros lugares, España debe dejar atrás, cuando toque acudir a las urnas, este Gobierno desalmado que ha desarmado la democracia

Que en dos años hayamos presenciado dos ataques similares a nuestro sistema de vida y de Gobierno, en la primera democracia del mundo, que sigue siendo la de EEUU, y en una democracia asentada, como lo es Brasil, es algo que nos debe hacer pensar. Y no con el sesgo de la ideología, porque antes sucedió en Venezuela, y lo hemos visto también en otros países. Es la consecuencia del populismo, que es la forma posmoderna del totalitarismo de toda la vida, algo que aquí percibimos con fuerza en aquellas jornadas de 2017 en Cataluña, cuando se aprobaron las leyes de desconexión en medio de una sucesión de actos de sedición, malversación y desórdenes generalizados, instados desde un poder legalmente constituido pero abusado de manera delictiva y fraudulenta, y que a la postre han sido perdonados por el Gobierno de España.

Lo volvemos a sentir ahora a nivel nacional, en medio de un mandato político legítimamente investido, pero en el que se está produciendo, a fuego lento, un golpe populista que sigue los pasos clásicos: toma del Estado, además del Gobierno; colonización de instituciones con fines partidistas, y eliminación y/o patrimonialización del sistema de contrapoderes, siempre con un ojo puesto en el poder judicial. Todo para impedir que pueda gobernar alguien que no sean ellos, eliminar la alternancia en el poder y conseguir que la mayoría coyuntural se convierta en permanente, asuntos para los que también resulta conveniente desacreditar tanto a la oposición como a los medios desfavorables. Ese es el objetivo de la coalición entre dos extremismos, el de la peor izquierda de la historia de la democracia y el nacionalismo más centrifugador de la historia de España.

Todo ello con la complacencia de un presidente que ha convertido lo que era un partido de Estado en un instrumento de persona para su permanencia en el poder. Un presidente del Gobierno al que nunca nos imaginaremos en Benicarló, reflexionando al estilo de Manuel Azaña, cuando advirtió que fue la traición de políticos separatistas catalanes la que frustró un proceso democrático y descentralizador que hasta 1978 no volvería a reflotarse, mejorado y aumentado. Un modelo que precisamente el sanchismo está traicionando y poniendo en serio riesgo, aunque no de muerte, todo hay que decirlo, porque ahora, a diferencia de lo que ocurrió en la primera mitad del siglo pasado, contamos con la solidez del modelo constitucional vigente, que tiene su base, además de en el carácter plenamente democrático de nuestro sistema de Gobierno, en un concepto claro de lo que es la soberanía nacional y en el hecho de que la nación es indisoluble, bajo el principio de autonomía política. Una fórmula perfecta y de éxito, en la que no cabe confusión alguna entre autonomía y soberanía.

Sin embargo, para eliminar los riesgos y que no suceda aquí lo que vemos en otros lugares, España debe dejar atrás, cuando toque acudir a las urnas, este Gobierno desalmado que ha desarmado la democracia. La única vacuna factible es el triunfo de una alternativa seria y responsable, que devuelva la estabilidad constitucional a nuestra nación de ciudadanos libres e iguales. Una alternativa liderada desde la ética y el espíritu de la regeneración democrática por alguien que respete las reglas básicas del juego democrático, empezando por la tolerancia al adversario político y el respeto a la alternancia, siguiendo por la obligación de trabajar para todos los españoles, no para una minoría, y evitando a toda costa ahondar en la división y en la polarización de una sociedad que tiene que dejar de ser utilizada como rehén de una ambición personal. Las mejores manifestaciones son unas elecciones.