Política

Intolerancia

El señalamiento de personas es la estrategia elegida

El consenso más importante que se ha roto en España es el que debería existir sobre la realidad misma. Cuando se rebasan los límites de la protesta legítima y se entra en el terreno del odio, la violencia o el insulto, lo procedente es que los demócratas, sin distinción ideológica, lo condenen sin paliativos. La izquierda que gobierna España no lo entiende así y esta semana ha dado abundantes muestras de que su coqueteo con la polarización y la radicalidad les lleva también por el camino del más dañino sectarismo y la peor intolerancia Nada de esto es nuevo, porque la Universidad, un espacio que debería estar consagrado a la reflexión, la palabra y el diálogo entre diferentes, ya ha sido escenario de graves acciones contra personas como Rosa Díez, Leopoldo López o el propio Felipe González, y esta semana lo hemos vuelto a ver con la Presidenta Regional Isabel Díaz Ayuso. La izquierda sigue normalizando comportamientos graves, que atacan a la convivencia, al pluralismo político y a la libertad de expresión, todos ellos valores supremos de una democracia. Con hechos, además, orquestados, en los que las palabras están elegidas con sentido estratégico, porque llamar «fascista» o «asesina» a una persona que representa de forma legítima a otras es un acto de polarización, que puede ser útil electoralmente, pero que constituye una inmoralidad, porque es un intento de deshumanización del adversario y de todo aquel que piensa diferente, una forma absolutamente irresponsable de fomentar algo tan dañino como el fanatismo, que consiste exactamente en no razonar y eliminar al otro. Pese a ello, el señalamiento de personas es la estrategia elegida. Por eso llama la ministra Belarra «capitalista despiadado» a Juan Roig y la ministra Montero «machistas» a todos los jueces de España, en medio de la desalentadora complicidad silente y sonriente de Sánchez y todo el PSOE. Están echando el resto y, con ello, poniendo de manifiesto que estas conductas son el preludio del fin de ciclo político sanchista. Por eso se ponen la cabeza de búfalo, como la venda antes de la herida, y utilizan la algarada callejera como respuesta anticipada a una eventual y más que probable derrota electoral. Politizar espacios que deberían ser plurales y demonizar al que piensa de otra manera es, de facto, su forma de asaltar el Capitolio. Curiosamente lo hacen los mismos que defienden políticas identitarias en algunas partes del territorio, que manipulan la historia común para justificar sus persecuciones, que conducen todas sus estrategias a la construcción de discursos únicos basados en una moral que, ojo con la paradoja, es ontológicamente puritana, además de reaccionaria. Sin embargo, las estructuras de censura y castigo que se desprenden de esa estrategia empiezan a ser el talón de Aquiles que les hará caer, porque los autoritarios solo avanzan cuando las buenas personas se asustan, y eso en España no está pasando, como probarán, más pronto que tarde, las urnas. Serán ellas las que reclamen, como dijo Karl Popper, «en el nombre de la tolerancia, el derecho a no tolerar la intolerancia». La fuerza de nuestra democracia y el sentido común se impondrán, y sobre todo el ejercicio de la dignidad y la ética, no podemos seguir soportando como se pretende reducir España y las sagradas reglas de la democracia a material combustible para seguir lampando y alimentando el apoyo de los que representan lo peor de España y de su historia. Esta actitud de los intolerantes causó una guerra civil en España, pero esta vez nuestra democracia tiene la solución, unas elecciones en manos de un pueblo, el español, serio y responsable.