El bisturí

Aires de interinidad dentro de los ministerios

Sánchez y sus huestes tratan ahora a la desesperada de apelar al sentimiento ideológico de sus votantes

Los resultados del pasado 28 de mayo han provocado en las huestes izquierdistas un abatimiento de tal calibre que la convocatoria sorpresa de elecciones generales por parte de Pedro Sánchez no ha logrado ni mucho menos atemperar. Socialistas y ultraizquierdistas dan ya casi por segura una derrota –otra más– el próximo 23 de julio y andan desconcertados sobre la estrategia a emplear durante la campaña, porque todas las desplegadas hasta ahora han fracasado. Lo hizo, por ejemplo, el intento del presidente del Gobierno de atraer al electorado a base de dádivas y regalías. La nefasta gestión de la pandemia de Covid-19, la multiplicación de los impuestos y de los precios de la energía y los alimentos básicos, la liberación de violadores con la ley del «sólo sí es sí», los indultos encubiertos a los secesionistas catalanes, las visitas asiduas a los prostíbulos del Tito Berni y el encamamiento con los proetarras de Bildu han pesado más en el ánimo colectivo que los viajes gratis en interrail y las entradas a dos euros para que los mayores puedan ver en el cine los bodrios de los actores españoles que arremeten contra Díaz Ayuso y el PP en las galas de los Goya. Tampoco les ha funcionado a socialistas e izquierdistas radicales la algarada callejera disfrazada de protesta apolítica y desinteresada. En Madrid, por ejemplo, las organizaciones satélites del PSOE, Más Madrid y Unidas Podemos llenaron las calles para denunciar la (falsa) privatización de la Sanidad en la comunidad. Como los ciudadanos no son tontos, y saben que la asistencia sanitaria en este feudo es la mejor de España, el resultado ha sido una mayoría casi histórica para la lideresa del PP en las autonómicas. El PSOE y sus socios ultraizquierdistas también protagonizaron maniobras parecidas en otras regiones con resultados casi idénticos. Se les ve tanto el plumero, que no sólo no cuela ya, sino que han sido incluso penalizados. El ambiente de abatimiento ante otra más que previsible debacle electoral no afecta únicamente a simpatizantes y militantes. También se ha instaurado dentro de los ministerios y otras dependencias administrativas cuyo poder se encuentra aún en manos de socialistas y sus afines ideológicos. Como los funcionarios dan por hecho que tendrán nuevos jefes en pleno verano los trabajos se dilatan y los proyectos languidecen. Para colmo, los ministros, subsecretarios, secretarios y directores generales empiezan a ser conscientes de que viven días de interinidad y de que se les mira como a eso, como a aves de paso. Salvo sorpresa electoral, saben ya que carecen de tiempo material para ganar nuevos adeptos en los diferentes sectores, culminar órdenes ministeriales sometidas a consulta previa o preparar nuevos decretos. Cualquier tramitación por la vía ordinaria dormirá previsiblemente el sueño de los justos a la vuelta del verano salvo que lo que se pretenda es provocar ahora una humareda mediática sin consecuencias prácticas. Y esto, a estas alturas, tampoco cuela. Como todas las herramientas han fracasado y muchos altos cargos ya están con la mirada perdida hacia el horizonte, Sánchez y sus huestes tratan ahora a la desesperada de apelar al sentimiento ideológico de sus votantes, en un intento quizás de arañar unos sufragios a sus socios ultraizquierdistas para disimular la caída en picado en las urnas. El presidente del Gobierno ha sido el primero en volver a pasear el dóberman y a partir de ahora serán muchos los que se desgañiten contra el PP y sus pactos con Vox al grito de «¡que viene la ultraderecha!».