Aunque moleste

Año de guerras

Trump es un bocazas malhablado, pero Biden es sinónimo de calamidad

Más que paz y prosperidad, como los mensajes de Nochevieja, parece que el 2024 nos trae guerras. Que le pregunten si no a los que han recibido el año en Gaza, o a los ucranianos saludados con el silbido de los Geran y los Kinzhal. El 2023 entró con una tregua, pero el 2024 no. Los rusos han repetido un segundo ataque masivo en represalia por el bombardeo al centro de Belgorod. Abrumado por el fracaso de la contraofensiva, la fatiga generalizada de la población, las dificultades en el reclutamiento y la pérdida de confianza por parte de algunos aliados, Zelensky ha puesto en marcha la estrategia de bombardear objetivos civiles con munición de racimo. El problema es que los rusos hagan lo mismo. Proclaman algunos que ya lo hacen. Puede ser, pero no con la intensidad que podrían si se proponen arrasar Kiev o Járkov. Comentaba Borrell que la tecnología militar putinesca era de lavadora, en contraposición con la de la OTAN. No parece una afirmación muy acertada. Ha escrito Ángel Luis de Santos en estas páginas que el problema de Ucrania es que «no ha podido interceptar ni un solo misil de crucero Kh-22», según reconoció el propio portavoz de la fuerza aérea ucraniana, Yuriy Ignat. Vuelan a 4 mil kilómetros por hora con ojivas convencionales. La versión Kh-32 es aún más indetectable. Sin contar con los balísticos R-28 Sarmar, que a una velocidad hipersónica de entre 10 y 21 mil kilómetros/hora, pueden impactar en cualquier parte del planeta. Lanzados desde Kaliningrado, tardarían 6 minutos y 49 segundos en llegar a Rota. Y preocupa porque si los Patriot aliados no pueden con los Kinzhal, menos aún frenarían a los Sarmar, capaces de soltar diez ojivas grandes o 16 pequeñas. Es obvio que Putin cometió errores, pero tampoco debemos infravalorar su arsenal como pretende cierta propaganda. Eso no lleva más que al autoengaño. Biden lo sabe y por eso algunos asesores le aconsejan negociar el fin del conflicto, contra el criterio belicista de Blinken y Victoria Nuland, partidarios de una confrontación total. Hay elecciones presidenciales y Biden está siendo arrasado en los sondeos por un Trump que dice que con él esa guerra nunca se hubiera producido. Verdad o no, lo cierto es que EE.UU no participó en ninguna contienda durante su mandato, algo realmente insólito. Siempre me pareció un bocazas malhablado, pero Biden es sinónimo de calamidad.

Afirma Trump que su enemigo no es Biden sino el Pantano. O sea, el Estado Profundo o Deep State. Algunos se ríen porque sostienen que el Pantano es una noción conspiranoica. Vamos, que las cloacas no existen. Trump no lo cree así, y piensa que el Pantano le robó las elecciones amañando el voto por correo y el electrónico, y tendiéndole la trampa del Capitolio, «asaltado» con el beneplácito de los servicios de seguridad, que invitaban a entrar a los QAnom allí concentrados. Las malas compañías nunca traen nada bueno, y Q ha sido letal para Trump. Pero su guerra, en efecto, es contra el Pantano, que el republicano identifica con los «banksters», el ejército de Soros, el posthumanismo legtbi, la ciénaga que inunda la Justicia, las Corporaciones, los Fondos, las Agencias, las Redes, los Medios. Claro, que el Pantano nunca pierde. Que le pregunten a Kennedy.