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Aquí estamos de paso

Apostar por el valor

Parece más empeñado en la cosmética que en los principios

Puede que a esta hora ya sepa usted qué planes tiene Pedro Sánchez para el futuro incierto y nebuloso que le espera a Europa. Pero cuando estas páginas salen a su caminar diario por kioskos y estanterías todavía le están ultimando al presidente el discurso, entiendo que profundo y de calado, ambicioso en sus pretensiones de hacer historia, que ha de pronunciar este miércoles en el hemiciclo del Congreso de los Diputados. Se enfrenta Sánchez más solo que nunca a una crisis perfectamente asimilable a la de 2020 en su dimensión trascendente y global. Europa está a punto de ser apartada de un golpe certero y mortal de su cada vez más escasa influencia internacional por la alianza imposible de las tres grandes potencias mundiales: China, Rusia y Estados Unidos. El objetivo está claro, y la estrategia también.

Hace casi diez años, en 2016, Niall Ferguson, un historiador ocupado, entre otras muchas cosas, en biografiar a Hentry Kissinguer, atisbaba un orden internacional basado en una suerte de realpolitik entre Estados Unidos, Rusia y China para impulsar sus economías, que pasaba necesariamente por negar a Europa su condición y capacidad de potencia mundial. Lo vio tan claro como prefirieron no hacerlo los gobernantes europeos, convertidos en burócratas dependientes de las grandes potencias y enzarzados en riñas nacionales paralizantes de cualquier evolución conjunta. Cierto es que para el común de los mortales aquella visión de los tres colosos unidos en el aprovechamiento del globalismo transformado en geoeconomía, era una elucubración sin mucha perspectiva de realidad. Menos aún cuando la invasión rusa de Ucrania pareció reforzar los lazos entre Estados Unidos y Europa. Era evidente que Moscú buscaba reequilibrar a su favor el orden internacional y que China aguardaba tras las cajas del escenario. Pero era impensable que se pudiera completar la ecuación con Estados Unidos. Hasta que llegó Trump. El impredecible líder de rostro altivo y naranja no es alguien que parezca entender con fundamento cómo funciona el mundo y las consecuencias a medio y largo plazo de sus impredecibles decisiones, pero alguien en su entorno con visión de futuro y egoísmo histórico seguramente si haya visto que podría interesarle esta nueva alianza. Los grandes del mundo, desprovistos de ideologías o compromisos de justicia liberal o burguesa y sin bloques que distorsionen su concepto de globalización o pongan límites a su poder. ¿Estaríamos ante la situación que predijo Ferguson?.

Es obligación de Europa reaccionar, no quedarse fuera de juego. Por el propio interés comercial y de influencia en el nuevo paisaje de geoeconomía, pero también, nobleza obliga, porque es la garantía de permanencia de los principios democráticos que se asentaron en occidente después de la segunda guerra mundial.

¿Qué pasos dará el solitario e incansable Sánchez para salir airoso en España de este momento crítico mostrando grandeza y sin perder apoyos ni arriesgar políticas sociales? Lo visto hasta ahora no resulta demasiado alentador. Parece más empeñado en la cosmética que en los principios, en condimentar más que en crear, y hasta en pequeñas concesiones dialécticas a sus socios de izquierda, afectados de su secular ceguera histórica, con tal de no perder ripio ni posiciones. Pero eso es política menor y este tiempo pide más. Hacia dentro y hacia afuera. España es parte del corazón y el proyecto de Europa y éste ahora exige ambición y cintura política, innovación y valor. Avanzar sin miedo. Y sin pudor, como ha hecho siempre Sánchez. Para buscar, incluso, apoyos imposibles. Acaso los únicos realmente eficaces a la vista de cómo andan los compañeros de viaje.