Tribuna
Aprender a vivir en el caos
Lo temíamos de forma inconsciente. Y de repente ahí está. Trastoca nuestro punto de equilibrio
No por inesperado deja de ser cíclico el advenimiento del caos a nuestras vidas. En ocasiones estamos tranquilos y nos sentimos seguros en nuestro fuero interno y en el contexto exterior, en la serenidad de una meditación o en la tranquilidad de nuestro hogar familiar mientras dejamos la guardia baja y descansamos. Sin embargo, de repente, sucede. Llega el caos, el desorden, lo inefable. Es lo que tantas veces esperábamos y, a la vez, paradójicamente no esperábamos. Lo temíamos de forma inconsciente. Y de repente ahí está. Trastoca nuestro punto de equilibrio. Ha llegado el caos. ¿Podemos aprender a vivir con él, convivir con él, conllevar durante el tiempo que sea preciso?
La mitología nos cuenta que, en el principio, fue el caos. Así aparece en la «Teogonía» de Hesíodo. Luego de un momento inicial de ignición de diversas potencias abstractas empezó el camino hacia el cosmos, que en griego significa orden. En ese proceso hacia un ordenamiento racional hubo intentos de revertir la rueda y volver al caos. Sucedió de forma cíclica por culpa de ciertos poderes tremendos e indecibles que estaban latentes en el propio orden. Del caos se pasó al cosmos, y de ahí, del ordenamiento conseguido, varias veces caímos en el caos merced a agentes de lo impredecible, tan terribles como inevitables. Llamémoslos titanes, gigantes, terremotos, diluvios o conflagraciones cósmicas. El caso es que la mitología también nos enseña que el caos inesperado es parte del cosmos. El historiador de las religiones Mircea Eliade estudió con detalle los intervalos de caos y de subversión introducidos en las sociedades antiguas a través de la religión. Eran momentos gobernados por deidades alternativas al orden deseable, temibles pero en cierto modo también necesarias. Eran momentos de reversión y paréntesis, de desorden purificador, bajo la advocación de ciertos titanes o de Dioniso, que significaban mucho en la mente religiosa de nuestros antepasados. Aunque provocaban dolor y tragedia se intentaba entenderlos. Era difícil creer que los dioses normales toleraban el caos, pero había que buscar el sentido de las cosas.
Hoy seguimos sin entender el caos, pero sucede. Ante la catástrofe de Valencia, ante los desastres que se abaten sobre nosotros o el desorden cotidiano de un golpe inesperado, una mudanza de fortuna, una pequeña revolución en la vida personal o laboral –lo que los griegos llamaban «metabolé», que es un cambio total, desde la política a la tragedia aristotélica–, hemos de estar preparados para afrontar los momentos caóticos. No tratarlos como si fueran orden pero, sin embargo, intentar por lo menos poner orden en nuestras cabezas. Claro que esto es fácil de decir desde las lecturas mitológicas o filosóficas, pero muy difícil de realizar cuando nos vemos inmersos en mares de dificultades inexpresables y aparentemente siempre aparentemente invencibles. No obstante, tal vez podamos seguir adelante gracias a la ayuda de diversas apoyaturas que pueden acompañarnos en la travesía del caos.
En la filosofía antigua hay dos corrientes de pensamiento que nos iluminan acerca de la gestión del caos y que me gustaría evocar brevemente. Por un lado, están los epicúreos, la escuela fundada en el «Jardín» («kepos») por Epicuro de Samos (341-270 a.C.), el sabio afable y bien humorado que, sobre la base de una física atomista y de un materialismo vital, postuló la búsqueda de la serenidad del sabio mediante la identificación de los placeres correctos para el espíritu y la aceptación del azar que lo rige todo. El epicureismo es una buena escuela para momentos de turbulencia, para cuando todo parece desmoronarse a nuestro alrededor. Pero es que la escuela rival, la que fundó Zenón de Citio (344-262 a.C.) en la Estoa ateniense a finales del siglo IV a.C. y que luego se extendió hasta el mundo romano con representantes tan célebres como Séneca (s. I), Epicteto y Marco Aurelio (ambos del siglo II), también procuraba recetas certeras para enfrentarnos a un mundo en derrumbamiento. El estoicismo, frente al epicureísmo, sí que cree que podemos confiar en un orden cierto del universo, regido por una razón próvida y ordenadora que, finalmente, puede otorgar un sentido a todo. Sin embargo, los momentos de caos –que también pueden explicarse por la acción de la providencia y el destino– son inevitables y tenemos que asumirlos. Personajes como Epicteto, que sufrió la esclavitud, las torturas y las privaciones, y sobre todo Marco Aurelio, que se tuvo que enfrentar con momentos de verdadero caos, pandemia e invasiones bárbaras, son buenos ejemplos de gestión de estos momentos tan difíciles. No por inesperado deja de ser inevitable: el caos llegará tarde o temprano a nuestras vidas y debemos aprender a vivir con él.
David Hernández de la Fuentees escritor y Catedrático de Filología Clásica.