Cuartel emocional

El árbol de Navidad

Envidio en Estados Unidos esa Casa Blanca, referente y emblema de un país que no se avergüenza de sí mismo

Entiendo que soy muy folclórica y hasta un punto hortera, pero, desde pequeña, no concibo una navidad sin su decoración correspondiente, más modesta, más lujosa, más pretensiosa, más exagerada, me da igual, pero que se sepa que estamos en Navidad. Envidio en Estados Unidos esa Casa Blanca, referente y emblema de un país que no se avergüenza de sí mismo, con esas ornamentaciones, engalanamientos e interiorismos pomposos e interminables, pasillo a pasillo, que cuestan casi tanto como los asesores de Sánchez, pero por lo menos los americanos disfrutan y presumen de la sede de la Presidencia. Aquí, el único que saca partido de los dineros gastados es el de los trajes azulete porque la Pascua la entiende sólo para hacérsela a los españoles. El tipo se ha revelado como un referente del mal gusto. Ahora presenta un libro que no ha escrito él sino un negro pésimo, que lo cambie para la próxima porque si lo hubiera hecho el que lo firma hubiera sido incluso un poquito mejor, plagiando por aquí y por allá como es su costumbre, pero como no tiene vergüenza aparece ante el público asumiendo su autoría –aunque ni lo ha leído-, y estrenando traje, también azulina, como todos, y con un presentador –que tampoco lo ha leído, ni siquiera las solapas-, a juego con el libro y con el traje. Dios mío, a qué niveles hemos descendido, prefería a los sociatas de los 80 que iban de obreretes sin pretensiones. Este va de maniquí, pero de tienda de Carabanchel, con mis altísimos respetos para los de Carabanchel, que no les queda más remedio que comprar barato, con telas de poliéster, porque si tuvieran para Loro Piana vivirían más a mano.

Con el poliéster irá también a hacerse la foto con Puigdemont, en un encuentro ignominioso y vejatorio que demuestra el desdén hacia todos los que despreciamos esa amnistía y esos pactos que lo mantienen en una Moncloa, una sede presidencial exenta de motivos navideños, porque no quieren nombrar la Navidad que conmemora el nacimiento de Dios para los cristianos, y jolgorio, fiesta y vacaciones para los pasotas. Ya suficiente amargura tenemos a lo largo del resto de los meses del año, que el país no nos está permitiendo un solo respiro, pero mira tú por dónde ese nuevo ministrillo, que es el tal Oscar Puente -el descarado, el deslenguado que por sus maneras salidas de tono se ha ganado el puesto-, anuncia que la ampliación del puerto de Valencia, que lo pondrá a la altura del puerto de Nueva York, es un gran regalo navideño. Se le escapó al pobrecito –por la boca muere el pez-, porque desde Ferraz la consigna es la ausencia de referencias al Christmas Time. Peor para ellos.

Entre tanto Navalni sigue desaparecido, siendo que los rusos del Kremlin aseguran que ha sido simplemente trasladado de cárcel aunque no especifican cual ni dónde. Ya se sabe que a Putin no le gustan los opositores y que les da matarile en cuanto se ponen tontos. No quisiera estar en su pellejo, pobre gente.

CODA. A la futbolista del beso en los morros, el piquito que dicen los chonis, le ha salido rentable la cosa. Además de haberse hecho internacional dará las míticas campanadas el 31 de diciembre. No seré yo quien la vea. Quizá si fuera Mónica Lewinsky…