El ambigú

El asedio de los extremos

Lo más preocupante se produce cuando el extremismo se asienta en un gobierno y en su forma de gobernar

En el actual escenario político las actitudes extremas están ganando protagonismo, buscan redefinir el discurso político poniendo en aprietos a las posturas centradas y liberales, así como a la social democracia. Esta estrategia polarizadora busca rédito político mediante la división, creando una dinámica que reconfigura el paisaje electoral y social. Las posiciones extremas se caracterizan por propuestas y retóricas que a menudo parecen intransigentes y radicales, pero no nos engañemos, no hay un soporte ideológico serio ni coherente, tan solo un objetivo claro: polarizar la opinión pública. Al hacerlo, los extremos pueden capitalizar sobre el desencanto y las frustraciones de segmentos específicos de la población, presentándose como la única alternativa auténtica frente a posturas más liberales y centradas que son percibidas como complacientes y carentes de dirección, a pesar de que rezuman valores y principios y sobre todo coherencia política.

Las posturas moderadas de uno u otro signo político se encuentran en una situación difícil, por su propia naturaleza buscan consenso y compromiso, valores que pueden parecer débiles en un entorno de debate altamente polarizado. La búsqueda de soluciones equilibradas y negociadas se interpreta a menudo como falta de firmeza o claridad, una percepción que los extremos explotan para deslegitimar a sus adversarios moderados. La división es una herramienta poderosa en manos de los extremos, al acentuar las diferencias y fomentar la confrontación, logran movilizar a sus bases con mensajes de urgencia y crisis.

La narrativa del «ellos contra nosotros» se convierte en un mantra que simplifica problemas complejos, creando una falsa dicotomía donde los matices y las soluciones intermedias pierden relevancia. El resultado de esta estrategia es una sociedad fragmentada y polarizada, donde la capacidad de diálogo y cooperación disminuye, y las instituciones democráticas, que dependen de la deliberación y el consenso, se debilitan. Las decisiones políticas ya no se toman ni tan siquiera sobre la base en la lealtad ideológica sino tan solo buscando el inmediato rédito electoral. Frente a ello, los moderados tanto de izquierdas como de derechas deben adaptarse, no pueden simplemente ignorar las tácticas de los extremos ni sucumbir a la polarización, además de seguir reafirmando los beneficios del consenso y las soluciones basadas en las evidencias, deben esforzarse en aprender a comunicar sus ideas de manera más efectiva, utilizando los mismos medios que los extremos, pero sin sacrificar la integridad y la complejidad de sus propuestas.

El ejercicio de la política buscando la división y polarización tiene un alto coste; para contrarrestarla, las posturas moderadas deben adaptarse y reafirmar sus valores fundamentales, demostrando que el diálogo, el consenso y las soluciones equilibradas no solo son posibles, sino esenciales para una democracia saludable y funcional. Recordemos como ya James Madison lo advertía en el Federalista: «La polarización política, o la “violencia de facciones”​, es una gran amenaza para la democracia hoy en día, dividiendo a los votantes y sus representantes en campos diametralmente opuestos que no están dispuestos a comprometerse o ceder el poder a sus oponentes». Lo más preocupante se produce cuando el extremismo se asienta en un gobierno y en su forma de gobernar.