Con su permiso
Aún puede haber remedio
No son pocos los chicos y chicas que se ven forzados a dejar el colegio porque no se ataja de manera decidida y valiente la acción de los acosadores
Claudia se quitó la vida porque ya no podía soportar que en el colegio la machacaran, como ella misma dijo. Noelia lee una y otra vez lo que se ha publicado de esa cría singular, hermosa y altamente capaz, según la descripción técnica que hacen los psicólogos, que figura en su orla del colegio con una sonrisa de luz, contagiosa, que contrasta vivamente con el dramático y abrupto final de su corta historia.
Dejó una carta antes de morir en la que acusa a quienes la acosaron hasta hacerle la vida imposible –que trágica literalidad acarrea hoy esa expresión– y espera que «carguen con una muerte».
Se pregunta Noelia si esa conciencia existe en algún pliegue del ánimo de quienes hieren mortalmente a adolescentes como ellos mismos, o les empujan a provocarse dolor o los maltratan o disponen de ellos y ellas como si fueran juguetes sin alma que hay que usar, romper y tirar.
Tiene la impresión de que hay un mundo oculto en el universo singular de los más jóvenes, en el que se mueven códigos que se escapan a los adultos. A todos: padres, educadores, centros y, desde luego, administración, ven –vemos– con creciente impotencia a jóvenes cargados de una frustración y una ira desmedidas que vuelven contra los demás y a menudo contra sí mismos sin que parezca que sepamos muy bien qué hacer.
¿Culpar a las redes sociales? Es lo primero, claro. Los modelos que proponen y extienden como normales están en el origen de muchas de esas frustraciones. Recuerda Noelia que Claudia en su carta de póstuma acusación se refiere a los hijos de famosos y a quienes tienen muchos seguidores en redes sociales. Eso quiere decir algo.
En España se suicidan once personas cada día. De esas, más de cuatro mil al año, cerca de un diez por ciento tiene menos de 30 años. A Noelia le parece la cifra aterradora.
Hay anuncios de puesta en marcha de planes de acompañamiento a las personas solas, sobre todo mayores, para evitar ese peso cruel de no tener a nadie en el final de la vida. Pero no hay proyectos nacionales de acompañamiento o atención a los suicidios o autolesiones entre jóvenes. En Asturias, que es donde se quitó la vida Claudia, el HUCA, centro de referencia de la sanidad púbica en el Principado, lidera el llamado Proyecto Survive, una iniciativa con vocación de entender motivos y soluciones, en la que participan más de 300 jóvenes de toda España. Todos ellos han intentado quitarse la vida o se han autolesionado. Hasta niños de 10 años han llegado al centro después de haberse querido suicidar. Pero no hay planes nacionales, no hay un abordaje serio del asunto en lo que tiene de general, de global –más allá incluso de nuestras propias fronteras– pese a que las alarmas no cesan y la intensidad del problema va creciendo y solidificándose.
Los mismos actores que aún nadamos en el desconcierto, deberíamos tomar alguna iniciativa. Golpeémonos el pecho entonando el mea culpa, señalemos a las redes como el lago agitado sobre el que caen las piedras de la desesperación que terminan hundiendo a chicos y chicas, lamentemos las carencias de los colegios públicos y las incapacidades de los docentes para detectar todos los casos, que no siempre son tan evidentes. Pero después de eso, avancemos.
No vaya a ser que al final terminemos por normalizar todo este calvario adolescente y dejemos el espacio libre a los maltratadores de pantalón corto y navaja afilada. O acabemos culpabilizando a las víctimas con la doble tortura del maltrato o la agresión y el exilio que nunca será voluntario.
No son pocos los chicos y chicas que se ven forzados a dejar el colegio porque no se ataja de manera decidida y valiente la acción de los acosadores. Hay protocolos que jamás se aplican, y carencias o desidias que pueden ser devastadoras.
Compromiso, cree Noelia necesario ahora más que nunca. Compromiso de todos, empezando por los legisladores, la administración, la escuela y las familias. Compromiso de diagnóstico de la realidad, sin alarmismos, pero también sin edulcorar, para que cualquier comportamiento peligroso pueda ser atajado inmediata y eficazmente.
Noelia vio hace unos días los brazos atiborrados de heridas abiertas que le mostró en una foto una compañera de trabajo. Es mi hija, le dijo, y se autolesiona siguiendo instrucciones en las redes. Si esto se nos enquista estamos perdiendo algo más que una generación.
Hay ejemplos muy recientes de que si el compromiso no es serio y de todos, podemos no sólo naufragar, sino perder completamente el norte.
Piensa Noelia en esa familia de Sabadell cuya hija de once años fue violada en un centro comercial sin que aparentemente se pudiera hacer nada, con una seguridad en la instalación ciega y muda, y una administración autonómica que se ha volcado con la familia no para curar, aliviar o contribuir a que se haga justicia, sino para facilitarles lo último que deberíamos permitir que hicieran, que es irse del pueblo porque los violadores y sus familias les han hecho la vida imposible.
O eso se para, o ese será el horizonte por muy desasosegante que ahora nos parezca.
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