Opinión

El caos era Puigdemont

Lo único claro es que la última palabra la tendrá un prófugo

Hubo un tiempo en que una mariposa aleteaba en Brasil y provocaba un tornado en Texas. Ahora, tuitea un prófugo desde su palacio de Waterloo y un presidente de Gobierno en funciones tiembla en Madrid. La teoría del caos ya no es lo que era. «Crece el nerviosismo y sube la subasta», decía el otro día el expresidente catalán fugado, y a Sánchez, como si lo viera, se le disparaba el bruxismo: mañana jueves es la fecha para la constitución de las Cortes Generales después de las elecciones del pasado 23 de julio y el «expresident» le tiene en un ay.

Toca la elección de presidentes de Congreso de los Diputados y del Senado, de los miembros de sus Mesas y la toma de posesión de los escaños parlamentarios. Y mientras la constitución de la Cámara Alta no parece que vaya a deparar sorpresas, por la mayoría absoluta que consiguió el PP en los comicios, la de la Baja es toda una incógnita y parece que lo seguirá siendo hasta el último momento.

Junts, sabiéndose un jugador decisivo, decidirá a última hora. Apurando al máximo las negociaciones, han convocado su ejecutiva tan solo dos horas antes de la sesión constitutiva del Congreso, quiere transmitir Carles Puigdemont el mensaje de que su apoyo no saldrá gratis a los socialistas y que están dispuesto a romper la baraja si no se atienden todas sus exigencias. Y aunque el «sí» de Junts es imprescindible para Sánchez (si el PP cuenta finalmente con el apoyo de Coalición Canaria, la simple abstención de los de Puigdemont les serviría para hacerse con la Presidencia) subyace otro mensaje en su actitud: de ceder el PSOE ante sus condiciones y conseguir presentarse a una investidura como candidato con más apoyos, que no como ganador de las elecciones, estaríamos a las puertas de una legislatura secuestrada por la servidumbre debida a los separatistas.

Quizá por eso, precisamente, Bildu y ERC urgen a Junts a apoyar sin ambages una «mayoría progresista», no sea que de pronto se dé cuenta demasiada gente de que todos son necesarios pero, algunos, más que otros. Eso o, peor aún, que de verdad el órdago de aquellos vaya en serio y con su abstención faciliten una posible investidura del popular Alberto Núñez Feijóo o una repetición electoral. Y qué cerca se habrán quedado de formar parte de un gobierno que, más que un gobierno, sería una mantita de patchwork, hecha de todos esos retales que se ha ido encontrado Sánchez por ahí. Una de esas que, cuando la estiras para taparte hasta el cuello, te dejas los pies fuera.

Así que, lo único que parece claro a un día de que se constituyan las Cortes Generales es que la última palabra la tendrá un prófugo de la ley. Un fugado por secesionismo con el que el candidato que no ganó las elecciones está dispuesto a negociar una amnistía y un referéndum ilegal con tal de seguir en el poder a cualquier precio. Un poder, eso sí, que se antoja complicado: la oposición cuenta con esa mayoría absoluta en el Senado y, en el Congreso, el bloque de la oposición es muy cercano en escaños al bloque de todas las formaciones que apoyarían a Sánchez.

Así las cosas, casi dan ganas de un bloqueo que alargue este Gobierno en funciones que, de manera inaudita y aunque sea por su propio interés, mantiene un perfil bajo y nos da un respiro en cuanto a crispación.

Miedo me da imaginar a un Pedro Sánchez que se sienta refrendado, aunque sea por la mínima y previo pago del importe acordado con los separatistas. Uno venido arribísima y debiendo vasallaje a los que quieren desmembrar el Estado como si de un cirujano colombiano se tratase. El caos era eso: que aletease una mariposa en Waterloo y se desatara un tornado en Madrid.