Opinión

Carles «Houdinimont» Copperfield

El final de su número de escapismo llegará cuando él lo decida triunfal

En el verano de 1895, a Harry Houdini le ataron, le pusieron unas esposas, le metieron en un saco y le introdujeron dentro de un baúl. Luego lo ataron con cuerdas y lo sellaron con candados. A continuación, su ayudante se subió encima del arcón, levantó una cortina y, ante la estupefacción de los espectadores, Houdini apareció al instante liberado, sonriente y desafiante.

En los años 80 y 90 del siglo pasado, el ilusionista David Copperfield hizo desaparecer la Estatua de la Libertad, levitó sobre el Gran Cañón del Colorado, escapó de la prisión de Alcatraz y atravesó la Gran Muralla china.

El 8 de agosto de 2024, Carles Puigdemont llegó a Barcelona, se dirigió al paseo Lluís Companys, entró por detrás de una carpa. Mientras le grababan con un iPad, soltó su perorata independentista y tras gritar «Visca Catalunya lliure» hizo su magia. El abrazo de su amigo y abogado Gonzalo Boye le sirvió para iniciar su genial número de escapismo –que contó con infinidad de «colaboradores necesarios» para poder llevarlo a buen término– y desaparecer, aunque aún esperamos el final de su actuación, que será cuando él lo decida triunfal.

La leyenda cuenta que Houdini era capaz de dislocarse los hombros y controlar los reflejos de su garganta para poder esconder herramientas en su interior, en un acto de sadomasoquismo temerario que llevaron a sus coetáneos a atribuirle cualidades casi sobrehumanas, que incluso le libraban de las cadenas que le sujetaban de pies y manos dentro de un acuario. No sabemos si en el maletero del mosso d’esquadra en el que supuestamente volvió a huir –esa es la versión que todos los que no somos independentistas queremos imaginar– estaba cubierto de cadenas, esposado y a punto de ahogarse, pero el resultado ha sido el mismo: el éxito del número de escapismo.

Los rumores también aseguran que Houdini estaba en nómina del servicio secreto estadounidense y que trabajaba para Scotland Yard. Nada, que se sepa, sobre su posible vinculación con una trama rusa, que en el caso de Puigdemont puede acarrearle su ingreso en prisión y que quede sin efecto la ley de amnistía ad hoc aprobada con la complicidad del PSOE.

El juez Javier Aguirre, que lleva la instrucción del «caso Voloh» –que investiga los contactos de Rusia y el «procés»–, le ha denegado la aplicación de la amnistía y ha elevado al Tribunal Supremo la causa para que se le investigue por los delitos de traición, malversación y organización criminal.

Nunca sabremos si Houdini hubiera podido escapar de una situación similar o si Copperfield pensaba en Puigdemont cuando hizo desaparecer la Estatua de la Libertad.

Antes de su histórico número, David habló directamente a la cámara y se preguntó cómo sería el mundo si no hubiera la libertad y los derechos que disfrutamos. El mago devolvió a su sitio la estatua y soltó: «Nuestros antepasados no pudieron, pero nosotros sí podemos y nuestros hijos lo harán».

Una frase que haría suya sin pestañear el huido de la Justicia en su delirio secesionista, que retuerce palabras, símbolos e historia hasta lograr su propia realidad ficticia. Pero con sus cualidades escapistas, el apoyo del independentismo oficialista, el tancredismo de los mossos y la aquiescencia de Pedro Sánchez, todo es posible. Ya sabemos que no se miente, solo se cambia de opinión.