El canto del cuco

La carrera del asno cargado

El problema de Sánchez no es hablar poco sino hablar demasiado. Es además un político que acostumbra a confundir hablar con ofender

Salta a la vista, con las elecciones en puertas, que existe un amplio desacuerdo entre el presidente y el pueblo, algo que no había ocurrido tan señaladamente en ocasiones anteriores. Hay un fuerte rechazo popular al candidato socialista, Pedro Sánchez, y eso tiene poco remedio. Es verdad, como dice Tito Livio, que «en las situaciones difíciles y sin esperanza, los planes más seguros son los más audaces». En esas andamos. Pero habría que tener en cuenta la advertencia de Raimundo Lulio (Ramón LLul): «Imbécil es el asno que anda muy cargado y pretende correr». En estos años de gobernante, este hombre ha hablado demasiado y con frecuencia los hechos han contradicho sus palabras, que es una de las razones de su evidente impopularidad. Así que no parece un acierto pedir ahora, con audacia vehemente, incesantes debates con el candidato de la derecha. ¿Para qué? El problema de Sánchez no es hablar poco sino hablar demasiado. Es además un político que acostumbra a confundir hablar con ofender, y la gente no aguanta más esa forma de hacer política.

Prevalece el convencimiento de que las malas perspectivas electorales del PSOE las origina precisamente el candidato, demasiado dependiente de sus peculiares socios, de sus promesas incumplidas, de su talante altivo y de sus contradicciones. Lo que se conoce como «sanchismo». La jugada audaz e inteligente de Pedro Sánchez habría sido hacerse a un lado tras el fracaso de las municipales, trabajarse un puesto honorable en el exterior, antes de sufrir una derrota cantada en casa. El partido habría recuperado así, sin ataduras ni excesivas cargas, su papel histórico, que ahora se presenta desdibujado, como perdido. Competiría, en la dura carrera de las urnas, un candidato prestigioso, sin pesadas cargas sobre los hombros, capaz de recuperar los votos perdidos.

Pero Sánchez es víctima del «síndrome de La Moncloa», además de otros síndromes personales. (Magnus Enzensberger tiene un ensayo definitivo sobre este síndrome que afecta a casi todos los gobernantes). Rodeado de asesores complacientes, este hombre ha perdido el sentido de la realidad. Vive metido en una campana de cristal entre nubes de incienso. No comprende la desafección que sufre después de haber superado la pandemia, salvado la economía en circunstancias difíciles –eso cree– e impulsado grandes avances sociales a base de una política radicalmente progresista. Siente que su papel es más reconocido y admirado fuera que dentro. Para él montar en el Falcon es una liberación, y bajar a la calle, un tormento. No comprende lo que está pasando. Se cree insustituible e incomprendido. Y se agarra al manual de resistencia.