El buen salvaje
Los Chichos
Reivindiquemos, pues, a Los Chichos, Los Chunguitos (sin Rosalía) y hasta el Fary y su morito Juan. No hay mejor karaoke que moverse al compás de «Soy un perro callejero»
Tanto hablar de Taylor Swift (que no digo que no), cuando lo que mucha gente tararea, aunque no salen en el «New York Times», son las canciones de Los Chichos. Llenaron el sábado el Wizink Center de Madrid y el de en medio se movía como siempre, pero como si se hubiera hecho una liposucción al revés. Aquello se venía abajo. No presumen como Dani Martín, que actuará ocho días en el mismo recinto, de tenerla a la medida de Esther Expósito, ni falta que hace. A Los Chichos le siguen los de siempre, ni más ni menos, la cuadrilla de barrio que no necesitó de Estopa ni de Camela para descubrir las esencias, y se ha sumado una legión de seguidores pijos de lo quinqui, que es cuando Taburete se juntó con Omar Montes para cantarle a Camarón «feat» La Húngara, que es la rubia que le ponía flamenco al disco de C. Tangana. Lo de «feat» es grandioso. Los Chichos «feat» Taylor Swift ya sería sublime. Eso sí merecería otro Bernabéu.
Estos rumberos de palabra verdadera, aunque ya no son los mismos que en los orígenes, escribieron la cara B de la Transición de una España que aún no se había vuelto metrosexual o directamente «mariquita», que es lo que le decían los padres a Miguel Bosé mientras las madres lo soñaban en sus sábanas. Entonces, el demócrata, como el nuevo rico de esta historia, rechazaba el palmoteo, y levantaba la nariz, porque aquella clase media huía de «Yo, el vaquilla» y prefería al Piraña de «Verano azul», aunque en sus parques los yonquis se ahogaban en líquido intravenoso y los periódicos hacían de una jeringuilla en un parque un titular de Sucesos.
Reivindiquemos, pues, a Los Chichos, Los Chunguitos (sin Rosalía) y hasta el Fary y su morito Juan. No hay mejor karaoke que moverse al compás de «Soy un perro callejero». Al cabo, por más que hayamos ascendido «en el ascensor social» del politiqueo siempre estaremos a un paso de caer en el abismo del nonaino, ese lugar tan chulo del que jamás podría salvarnos Yolanda Díaz porque no sabe lo que es.
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