
Letras líquidas
Civilización a la vietnamita
Por mucho que se intente justificar, un país que elude su obligación constitucional y no traza un guion serio y detallado para su funcionamiento termina pareciendo, visto desde fuera, uno de esos vietnamitas que se ponían una olla en la cabeza para evitar la multa
Hace unos años las autoridades de Vietnam quisieron reducir la elevada tasa de mortalidad por accidentes de tráfico en el país, entre las más altas de Asia, y endurecieron las normas para convertir en obligatorio el uso del casco al circular en moto. Las reticencias de los vietnamitas no se hicieron esperar y, además de los irreductibles que directamente se negaban a ponérselo, surgieron otros ingenios que recurrían a la picaresca para eludir las sanciones: se hizo muy popular llevar ollas en la cabeza, simulando el casco, y complicar así la labor de los agentes de penalizar a los motoristas. Todo esto ocurrió allá por 2007. Ahora, en un intento de ser aún más civilizados, como ellos mismos reconocen, aspiran a que los semáforos y el resto de señales de tráfico sean algo más que meras orientaciones. En fin, que los conductores las cumplan recurriendo para ello a multas tan gravosas que pueden llegar a superar el salario de un mes.
Aunque aún no se ha logrado que se respete de forma estricta el código de circulación, están un paso más cerca de lograrlo y los conductores, quejosos por los atascos («es muy estresante», dicen), asumen que «esas ratoneras» son un ensayo para la vida civilizada que quieren alcanzar: la resignación por vivir en una sociedad que se rige por normas. Todo esto lo contaba el corresponsal del New York Times, recién llegado a la delegación de Hanói, en un extenso reportaje, y mientras lo leía me planteaba la cantidad de asuntos en la vida a los que podemos aplicar esa filosofía vietnamita: la de aceptar los inconvenientes, los males o las incomodidades que conlleva el cumplimiento de las leyes en aras de los beneficios que finalmente aporta. Pese a que no conviene caer en la inflexibilidad absoluta, un mínimo de tolerancia al incumplimiento siempre puede aceptarse, como si fuera una detonación controlada, lo cierto es que el abuso de la excepción conduce, inevitablemente, al desorden.
Si miramos el marasmo negociador en el Congreso, las tensiones o a veces chantajes, las extorsiones, los límites y líneas rojas que se cruzan una y otra vez, quizá descubramos que estamos cerca de instalarnos en un considerable caos legislativo. Hubo un tiempo, además, en que se respetaba la presentación anual de los presupuestos generales de Estado. Por mucho que se intente justificar, un país que elude su obligación constitucional y no traza un guion serio y detallado para su funcionamiento termina pareciendo, visto desde fuera, uno de esos vietnamitas que se ponían una olla en la cabeza para evitar la multa. Y, todo, por no llevar el casco.
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