María José Navarro

A fuego

Una inmobiliaria de Nueva York (concretamente una que se llama Rapid Realty) ha ofrecido a sus trabajadores una subida de sueldo del quince por ciento a cambio de que se tatúen el logo del negocio en la zona del cuerpo que prefieran. Hasta el momento y que sepamos, cuarenta de sus currantes ya llevan la marca de la casa en su piel de manera indeleble. Si yo tuviera lo que tengo que tener, también me tatuaría «La Razón. Diario Independiente de información general. Nos gusta España» en un muslo. Hay sitio de sobra, no se apuren. Tengo zonas más amplias, pero no me parece bien recurrir al ecuador corporal cuando se trata de darle lustre al periódico. Bien, como la empresa que sube el sueldo y paga además la obra de arte es una inmobiliaria, ya puestos, más que el logo, los curritos podrían haberse tatuado «Promoción viviendas protegidas, primeras calidades, acabados de lujo. Cómodos plazos, y sin entrada. Visite piso piloto». Esto de usar el cuerpo como valla publicitaria no es nuevo. Es más, en España ya hay gente ganándose la vida utilizando su coche como un panel y gente que se pasea por las zonas comerciales con la ropa repleta de post-it de anuncios por los que cobra si alguien pica. Cosas de la crisis, hijos míos. Yo tenía algunas ideas para tatuarme: una magdalena gorda, una sopa de letras o el mapa de carreteras de la provincia de Albacete, que me viene perfecto porque para llegar a Ayna me pierdo. Ahora, sin embargo, estoy pensando en grabarme a fuego: «Lo sé: soy una privilegiada porque tengo trabajo y no puedo quejarme». O eso, o el logo del INEM, ¿no?