Nacionalismo

A lomos del tigre CUP

La Razón
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La CUP es un conglomerado de «partidos» radicales que no consiguió en los pasados comicios autonómicos de 2015 mucho más de trescientos mil votos. Es un tigre no precisamente desbocado sobre el que cabalga un gobierno catalán sabedor del peligro manifiesto que supone caer de los lomos del felino. La misma CUP que vino a rescatar a «Junts pel Si» de su pírrica victoria en esos comicios, la que dio el visto bueno a Puigdemont como president entregada la cabeza de Artur Mas en el tiempo de descuento y la que amenaza hoy con una primavera caliente de escraches, desobediencia civil y tal vez provocaciones de imprevisibles consecuencias es paradójicamente el único factor de garantía para quienes en el actual «PDeCat» necesitan conservar cargos oficiales, prebendas y todo lo que tiene que ver con el «condumio» aún a costa de no perder el paso marcado por la minoría radical hacia el esperpento de una consulta imposible como ya lo fue el frustrante 9-N. Tal vez por ello, el único que probablemente no se encuentre incómodo en esta deriva hacia la consulta «definitiva» y vinculante sea el propio president. Carles Puigdemont es un político independentista convencido. A diferencia de otros dirigentes de la antigua Convergencia ni ha necesitado una huida hacia adelante en pos del soberanismo desde los confortables modos del «tres por ciento», ni ha experimentado una paulatina metamorfosis mudando hacia una nueva piel alérgica al Estado español. Ni siquiera le ha sobrevenido, como a Saulo cayéndose del caballo un repentino fogonazo de luminosidad secesionista. Puigdemont sencillamente es independentista desde sus primeros pasos como político y antes, como el periodista que tuve ocasión de conocer en cierta mesa redonda. Puigdemont y la CUP, además del anhelo por romper con España, tienen en común la ausencia de apego a sus actuales cargos institucionales, –también aquí se marcan diferencias con dirigentes de PdeCat engordados en los viveros del pujolismo– por eso el «president circunstancial» ni siquiera ha acariciado la hipótesis de someterse, encabezando la lista de su partido a un nuevo veredicto de las urnas y por eso entre los diputados del grupo radical la eventual pérdida del escaño es un mal menor tratándose de un elemento cargado de provisionalidad. El escaño no es un fin, sino un instrumento válido solo mientras sirva para acelerar el camino vía referéndum hacia la independencia.

La velocidad del tigre aumenta proporcionalmente al afilado de las garras. El asedio contra la sede del PP en Barcelona es solo la muestra de una estrategia no exenta de un cierto tufo bolchevique en las maneras, con jóvenes instruidos en técnicas revolucionarias, con la proyectada creación de inquietantes checas en forma de «grupos de defensa de la república catalana» y con un evidente giro semántico hacia términos claramente enfrentados con la legalidad democrática del estado. La «primavera catalana» pretende tensar la cuerda en la tierra del «Seny», tal vez buscando una puntual extralimitación que justifique mártires más allá de los que ya están en los banquillos. Tan malo como jugar con fuego.