José María Marco
Ambiciones frustradas
L os compañeros politólogos han obtenido un buen resultado. Conseguir 15 escaños en las primeras elecciones, de ámbito español, en las que se presenta un partido nuevo, como Podemos, es un éxito relevante que dice mucho, en primer lugar, de la capacidad de sus dirigentes para establecer una estrategia eficaz. Podemos canaliza el descontento que ha causado la crisis en la sociedad española y presenta novedades importantes. Para un partido como el PP, no hay mucho que aprender en cuanto a los contenidos programáticos. Sí, en cambio, en cuanto a la forma de hacer política, a la utilización de los nuevos medios, a la comunicación y la movilización, y también en cuanto a la capacidad de escuchar las necesidades y los recelos de los electores.
Sin embargo, Podemos no consigue los resultados que parecía que esperaban. Como era de esperar, los socialistas andaluces no se derrumban, pero siguen sin conseguir la mayoría absoluta y abren el camino a una organización que compite con ellos en populismo. Podemos, nacido al calor del discurso y la actitud radical del Partido Socialista, se hace con una parte importante del electorado andaluz, aunque no consigue convertirse en la clave para gobernar desde la izquierda a Andalucía. La izquierda se afianza, pero se rompe, seguramente por mucho tiempo.
En un partido socialista socialdemócrata, europeo, la decisión del Partido Socialista no ofrecería ninguna duda. El PSOE intentaría pactar con Ciudadanos para evitar la entrada de los radicales extremistas en las instituciones. Esa es la solución civilizada, europea –se decía antes- y democrática. Ahora bien, el PSOE, que es el padre de Podemos, tal vez mantenga una actitud diferente, más creativa al menos, por así decirlo.
En cuanto a Podemos, las decisiones que habrán de tomar a partir de aquí vendrán determinadas por la perspectiva que se le abre en las elecciones legislativas de fin de año, más que en las próximas municipales y autonómicas. Respaldar al PSOE -si llega el caso- puede ayudar a consolidarlo como partido político. En otras palabras, Podemos depende ahora, en cierto modo, del Partido Socialista. El electorado no gira a la extrema izquierda ni se decanta por una solución antisistema. También podría ser letal para los socialistas –qué dirían los europeos de un partido que gobierna con los amigos de Syriza...- y proporcionaría a los compañeros politólogos una cierta pátina de organización de gobierno.
Claro que Podemos, seguramente, tiene poco interés en adquirir esa pátina convirtiéndose en la muleta del PSOE. Sería como aceptar la realidad, pasar a ser un partido más y dejar de vender la consigna estúpida de que existe una alternativa al «sistema».
Desde esta perspectiva, a diferencia de los populistas franceses, que quieren integrarse en la República, los dirigentes de Podemos, y su electorado, quieren otra cosa: una democracia auténtica en la que se exprese el verdadero pueblo, hasta ahora no representado en las instituciones. Lo suyo es un proyecto «revolucionario». Desde esta perspectiva, tal vez los resultados andaluces hayan mostrado el techo de Podemos. Un techo menos alto del que muchos esperaban.
En cualquier caso, el respaldo conseguido por Podemos corrobora el final del discurso radical de la izquierda española. No es un fracaso del sistema, que resiste bien, a pesar de la bajada –previsible– del Partido Popular. Es el final de una izquierda que no ha sabido ni ha querido aceptar con lealtad la realidad de una España democrática. Mantener el infantilismo de una alternativa utópica tenía riesgos muy grandes.
Ahora los fantasmas se han hecho realidad.
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