Alfonso Merlos
Ansia de resurrección
Ahí está el camarada Iglesias. Sin pestañear. Sin que se le mueva un músculo. Propalando mensajes diametralmente opuestos a los que puso en circulación hace medio año, superada la primera vuelta electoral. Es el mismo pero con mayor ansiedad y estrés, al borde de la desesperación. El derrotado, el castigado, el sometido tras su exhibición de arrogancia y soberbia.
Es muy lógico que el de momento jefe de Errejón procure resucitar, que busque su particular bombona de oxígeno, que dé brazadas para permanecer a flote cuando su estrategia ha fracasado y embarrancado. Pero, ¿qué ha cambiado? Básicamente, que Podemos ha retrocedido, que el PSOE se ha desplazado en la misma dirección y que el PP, guste o no Rajoy, se ha disparado no hasta cotas abrumadoras pero sí de solvencia y de solidez. La garantía es la continuidad, en un camino de regeneración y un proceso de renovación, pero la continuidad.
¿Y entonces? Pues que don Pablo por fin se ha quitado la careta. Que lo suyo es tocar poder, amasar cargos, aliarse con los socialistas o con el diablo para auparse al machito y disfrutar de todos aquellos beneficios y privilegios que hasta la fecha había cuestionado y a los que había anunciado que hincaría el colmillo.
Esto es el neocomunismo. Esto es el populismo. Esto es el extremismo de cartón-piedra y el radicalismo de temperaturas caribeñas. Ésta es la cuadra que ha llegado prácticamente a devorar a Pedro Sánchez y que ahora le corteja con hipocresía y ahínco. Pero así es la realpolitik. También la de la izquierda dura. O especialmente. El fin justifica los medios para quien no tiene reparos en relegar los principios al trastero, y en cerrarlos bajo siete llaves.
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