Reyes Monforte
Aquí, filosofando
Casi todo lo mejor que los hombres han dicho, lo han dicho en griego. Todo lo que cada uno de nosotros puede hacer para perjudicar o para beneficiarnos, ya ha sido hecho antes por un griego. No lo digo yo, ya me hubiese gustado. Lo escribió Marguerite Yourcenar en sus «Memorias de Adriano».
Y tenía razón. Ellos inventaron los gimnasium. En la Atenas de la Grecia Antigua coexistían tres gimnasios públicos: el Lyceum, fundado por Platón, el Academy, creado por Aristóteles y el Cynosarges. En ellos se practicaba la ciencia, la filosofía y el deporte. La cosa ha ido degenerando hasta nuestros días y las dos primeras actividades han desaparecido para dejar paso a las pesas. Pero no ha sido lo único que ha degenerado. El Gimnasium –que viene del termino Gymnós, desnudo,– era el lugar donde los griegos, solo hombres y con una situación acomodada, entrenaban desnudos tanto física como intelectualmente, por aquello de «mens sana in corpore sano». Huelga decir que a las mujeres no se les permitió la entrada hasta tiempo más tarde, cuando llegó Afrodita y la liamos. A mi modesto entender, ahí es donde se nos empezó a torcer la historia: el desnudo masculino cedió protagonismo al femenino, que comenzó a instaurar su particular dictadura. Y hasta nuestros días, que seguimos echando números.
Hoy nos dicen que el ideal corporal se basa en un número que ya definieron los griegos en la Grecia Clásica, lo que reconforta bastante porque si los números los hubieran hecho ahora, no cuadraría ninguno.
No nos volvamos locas buscando el número áureo. Como le he dicho a Rocío Ruíz, jefa de esta sección, mejor dejar de hacer cuentas, que nosotras somos de letras.
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