Política

Manuel Coma

Arde Bagdad

Arde Bagdad
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Irak arde y en su espesa humareda dos datos han pasado por insignificantes. El gran ayatolá Ali Sistani llama a las armas a todos los chiíes jóvenes y un ex embajador de Qatar en Washington dice que es inaceptable para los suníes de Oriente Medio que EE UU ayude al Gobierno de Maliki, el primer ministro en funciones, chií, de Irak, o colabore con Teherán. Sistani es la máxima autoridad de su secta y ejerció un increíble poder moderador durante la anterior guerra, conteniendo la sed de venganza de sus correligionarios contra los árabes suníes que habían apoyado la salvaje represión de Sadam contra ellos, prolongada con toda su saña durante la ocupación americana, hasta que esos enemigos volaron un importante santuario de los que hasta entonces eran sus víctimas y el conflicto degeneró en guerra civil. ¡Cómo estarán las cosas para que ahora Sistani se lance de cabeza a lo que tanto le había costado evitar!

El pequeño y petroleramente riquísimo Qatar es uno de los países del Golfo Pérsico, huésped principal del despliegue militar americano en todo Oriente Medio y patrocinador de la influyente cadena Al Jazeera, considerablemente antiamericana en su versión original en árabe. Las manifestaciones de ese irrelevante personaje nos muestran hasta qué punto la feroz arremetida yihadista en Irak es tomada por quienes implacablemente persiguen en sus países a los agentes del terror como la punta de lanza de su guerra contra Irán y el chiismo. Los milicianos del EIIL no van a dominar Bagdad, al menos no entero, ni llegar a las ciudades santas de la segunda rama del islam, aunque si se apoderan de la refinería de Biyi, a pocos kilómetros, dejan sin combustible a la capital y a medio país, pero lo que sí han hecho es partir éste en sus tres componentes, desplazando, además, algunas fronteras internas: kurdos en el noreste, árabes suníes en el oeste y noroeste, y chiíes en el centro y sur. El recomponedor que lo recompusiere buen recomponedor será. Obama quisiera serlo, pero no sabe literalmente qué hacer. En su descargo hay que decir que nadie lo sabe. En su contra, sus muchas culpas en la situación, su incapacidad para ver una catástrofe muy anunciada y su desolador instinto de escamotear problemas y eludir riesgos. Esperemos que vea las posibilidades de propagación del incendio, y la amplia gama de implicaciones de cualquier resultado de la conmoción, a cual peor.