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Jesús Fonseca

Arrebatadora universalidad

Arrebatadora universalidad
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En el convento de La Encarnación, en Ávila, su priora nos señala con el dedo una página del Libro de las Fundaciones: «Está claro que uno no puede dar lo que no tiene, sino que es menester tenerlo primero. Algo tan cierto, tan sabido y llano, que no hay para qué detenerse más en ello». Sólo el Señor Don Miguel de Cervantes es comparable a ella, cuando escribe en ese español pulcro, desbordado. Pero, ¿quién es esta monja cuya preciosa herencia sigue cautivando, 500 años después de su nacimiento, a miles y miles de mujeres y hombres en todo el mundo? Para empezar una de las españolas más influyentes, más universales de la historia. Cuando hace apenas cinco años las universidades europeas realizaron una encuesta sobre quiénes eran los personajes que encarnaban de manera más cabal el espíritu de Europa, la primera mujer en la lista resultó ser una española: Doña Teresa de Cepeda y Ahumada. Una mujer única, ciertamente, capaz de dar respuestas a los desafíos de su tiempo. Que sigue traspasando fronteras, 500 años después de que viniera al mundo en Ávila de los Caballeros. Teresa de Jesús fue una española libre en el siglo XVI. Una santa que se adentró en lo inefable. Que voló alto. Coincido con los que defienden que muy pocas mujeres de su tiempo –y de después– han plantado cara como ella en defensa de la mujer frente a la imposición del varón: «Lee y conducirás, no leas y serás conducida». Con su arrolladora humanidad, con su firmeza de carácter amasado de ternura y convicciones, aquella mujer sedujo a príncipes y a labradorcicos. Y con su conocimiento del corazón humano, con su alegría: «tristeza y melancolía, no quiero en casa mía». Cuantos la conocieron coinciden: no se arrugaba nunca, por mal que vinieran dadas, por más recios que fueran los tiempos. «La verdad padece, pero no perece», dejó escrito para siempre, para siempre Teresa de Ávila.