Cristina López Schlichting
Baal
Desde antiguo se hacen ofrendas como regalos del humano visible al dios invisible. En el culto primitivo se ofrecían sacrificios de sangre, humanos o animales, y sólo la bondad del cristianismo ha ido arrinconando las matanzas de tórtolas, palomas o carneros y sustituyéndolas por la entrega íntima de los esfuerzos. Como todas las ideologías, el nacionalismo radical es una forma de militancia que implica la vida entera, una idolatría. El Baal voraz necesita también su oblación, y los líderes del procés se la van a dar el próximo 1-O en la forma de molestias y padecimientos de los ciudadanos catalanes, que se convertirán en víctimas propiciatorias.
Esta semana han sido inventadas falsas leyes en el parlamento catalán. Eso ha exigido conculcar la Constitución, el estatuto de Cataluña y las normas de la cámara local. A la señora Carmen Forcadell le cabe el mérito de haberse mantenido inasequible a diálogo o negociación alguna con la oposición, hasta lograr expulsarla del Parlamento catalán. Como la justicia ya ha desautorizado la nueva ley, la pelota pasó al Govern, que ha reiterado su voluntad de seguir adelante en la ilegalidad e implicar con ello a todos los habitantes de Cataluña. Así pues, el próximo 1 de octubre se darán cita en las calles la ilegalidad y la legalidad.
De un lado, los alcaldes que permitan en sus ayuntamientos un referéndum secesionista prohibido; de otro, los mossos de escuadra que tienen orden del fiscal general de quitar urnas y cerrar colegios. De aquí, los manifestantes de la ANC, que corearán consignas e imprecaciones; de allí, los ciudadanos que intenten negarse a ejercer de vocales de las mesas de votación a las que pretenden arrastrarles por la fuerza las autoridades secesionistas. Decenas de miles de ciudadanos van a sufrir mucho. Mossos que experimentarán las presiones de Joaquim Forn –el nuevo consejero jacobino de Interior– en contra del fiscal general del Estado y de su deber. O señores hostigados por sus vecinos de la ANC, que les afearán el negarse a presidir o vigilar una mesa electoral falsa y prohibida. Cada ciudadano al final, votando la ilegalidad o denunciándola, manifestándose revolucionariamente o apoyando la Constitución, va a vivir en carne propia la ruptura que ha impuesto en Cataluña una ideología letal para la democracia, que divide entre buenos y malos, patriotas y traidores, catalanes y «botiflers».
Descalificados por la Justicia, señalados por el Gobierno de la nación y el resto de los españoles, arrinconados por Europa, los independentistas han decidido ofrendar a su ídolo el sufrimiento de la ciudadanía atosigada, harta, confusa en muchos casos. Hasta las familias se están resquebrajando en este enfrentamiento. Junqueras y Puigdemont se dicen: «Puede que no haya referéndum, pero el caos profundizará el conflicto y afianzará el procés». En Cataluña es muy difícil vivir en plural, educar en libertad a tus hijos, pensar y expresar a tu modo. Hay una forma obligatoria de hacerlo todo. Si no amas a César, serás señalado, perseguido, hostigado.
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