Lucas Haurie
Bacanal y romanza
Algunos, los más ingenuos, confiaban en que la broma no degeneraría en orgía. Pues sí, a la vista ha quedado, degeneró. El gazpacho mental de una parte de sus representantes ha provocado que el parlamento de Cataluña haya acometido definitivamente el báquico terreno de la sinrazón a sabiendas de que, frente al desenfreno, no puede sino prevalecer la Ley. El aquelarre está servido. El frenesí escalará graduación hasta el 1 de octubre, Diada mediante. Y lo hará porque el Gobierno catalán seguirá aportando cinismo y porque los parlamentarios más levantiscos, los que sueñan con la revolución pendiente de cada generación, encenderán irresponsablemente las calles. Esta bacanal contó el miércoles con un gesto, una romanza cantada de lo que significa el respeto a los ciudadanos representados en esa cámara: antes de la votación, la diputada del Podemos catalán, Àngels Martínez Castells, se levantó ufana de su escaño y se dirigió a los del PP para retirar las banderas de España que, junto a un igual número de señeras, habían dejado los populares antes de abandonar la sede parlamentaria. Toda una demócrata la señora Martínez, cuya arcádica carrera como investigadora universitaria y activista de izquierdas fue agitada por la iluminación asamblearia del 15-M. Desde entonces, la eminente Martínez no ha hecho más que medrar en su carrera política. Hasta el miércoles, día en que entonó la partitura independentista como canto al totalitarismo. ¿Extraña que la ínclita Martínez fuera paladín de los indignados que clamaban por «más democracia» hace poco más de un lustro? Los portavoces andaluces de Podemos deben aclarar si su canción a la «democracia real» va acompañada del mismo sonido de siringa de su homóloga catalana.
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