El desafío independentista
Bene qui latuit, bene vixit
El siglo XIX fue la época dorada para la economía catalana, tras la guerra napoleónica, los catalanes expandieron sus actividades a través de los nuevos cambios tecnológicos emanados de la revolución industrial, y que aplicados con diligencia a los nuevos procesos industriales permitió un rápido crecimiento económico. La agricultura se renovó, se expandió el olivo, la patata, los frutos secos...; la mejora económica fue debida a las desamortizaciones que emprendieron los sucesivos gobiernos españoles. La industrialización empezó con el tratado de Amiens (1802), que ponía fin al bloqueo británico en las colonias americanas y permitió el éxito de la industria textil catalana. El gobierno de Cabarrús fomentó la importación de hiladoras y telares mecánicos, y a partir de 1827 la estabilidad de precios ayudó a los industriales catalanes en su expansión, potenciado por el arancel proteccionista y la entrada de capital de las posesiones hispanas de América. José Bonaplata con su fábrica «El Vapor», representa el renacimiento industrial catalán a partir de 1832 junto al banquero barcelonés afincado en Madrid, Gaspar Remisa, iniciando el despertar de la industria textil algodonera y lanera («El Vapor Viejo», «Fabra Coats», «España Industrial» y las colonias textiles del Llobregat, Sabadell y Terrassa), la expansión de la banca y las cajas, la creación de la Industria química moderna, la inicial industria eléctrica (Xifrà y Dalmau artífice de la «Sociedad Española de Electricidad»), la expansión de la industria metalúrgica, el ferrocarril... Todo ello gracias al empuje catalán y al compromiso hispánico de sus gentes, sin grandes concentraciones de capital ni inversiones extranjeras. Cataluña sólo tenía un mercado para vender sus producciones: el resto de España y las migradas colonias que iban quedando del viejo imperio español. Mientras el resto del país permanecía sin industrialización y sufría un atraso económico evidente (excepto Vizcaya y Asturias), Cataluña crecía y se enriquecía a través de las políticas proteccionistas de los gobiernos españoles. El triunfo de Cataluña era la conquista económica de España. Ninguna región tan pequeña y sin recursos naturales, supo sacar tanto provecho del comercio interior. Contradictoriamente el librecambismo hispánico, también estaba encabezado por un catalán, Laureano Figuerola, inventor de «la peseta» y junto a otros catalanes como Bosch y Labrús y al empuje del «Fomento del Trabajo Nacional» se conseguiría el liderazgo catalán de la economía española. Los catalanes mandaban en Madrid, el llamado «grupo catalán» constituido por Girona, Güell, Arnús, Ferrer-Vidal, Serra, Estruch, Muntadas, Juncadella, Jover; disponían de un poder casi ilimitado, y sostenían los gobiernos de España, abrían bancos, imponían su voluntad a la Bolsa y hacían y deshacían los partidos políticos. Esto ha sido durante dos centurias y Cataluña ha sido próspera, rica y plena gracias a España. Los catalanes teníamos el poder, una notable presencia y estima, pero no teníamos protagonismo.
Ahora en pleno siglo XXI los catalanes tenemos el protagonismo mediático, pero perdimos el poder, la presencia y la estima del resto de España. La frase del poeta Ovidio en su canto nostálgico «Tristia», bien podría resumir la situación catalana: «Bene qui latuit, bene vixit», es decir «El que vive bien, vive inadvertido».
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