José Luis Alvite
Bombillas negras
No podría negarlo. Aun siendo ellas mismas, las mujeres a las que conocí no son casi nunca las mujeres que luego recuerdo. Muchas veces ni siquiera en el instante de conocer a una mujer estoy seguro de que tenga mucho que ver con la mujer que será tan pronto por un instante cierre los ojos. Suelo recordar mucho el vestido blanco que llevaba puesto aquella chica que vestía de verde, igual que recuerdo que la llevé en coche a su casa la lluviosa madrugada de enero en la que por un enfado se marchó andando. Supongo que se trata de una indulgencia literaria que me ayuda a reconvertir en algo agradable cualquier momento que en realidad no lo fue. En la mayoría de los casos a ellas no les importó demasiado, otras veces ni se dieron cuenta y con cierta frecuencia me tropecé con la clase de mujer que reacciona como lo hizo aquella amiga mía al final de un estrepitoso fracaso en la cama: «No importa lo que esta noche no haya ocurrido entre nosotros. Los dos estuvimos desacertados, pero yo sé, cariño, que lo mejorarás cuando lo cuentes». Y no se equivocó. Me conocía bien y sabía que lo que no pudiese lograr la lencería, lo conseguiría sin duda la literatura, del mismo modo que, después de una batalla perdida, el poeta endulza el fracaso con un elogio de la derrota que para si querría el vencedor. Consciente de mi manera de entender ciertas cosas, en otra ocasión me dijo: «Acabaremos este cigarrillo preparatorio y después apagaré todas las luces para que te fijes bien en mí». Y sin embargo no fue tampoco aquella una noche afortunada. Porque en medio de la perfecta oscuridad me falló la maldita inspiración y durante el buen rato que estuvimos en la cama imaginé que había sido imposible apagar las luces. Nunca pude entender que en la ferretería no vendiesen lámparas con las bombillas negras...
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