Ángela Vallvey
Borrosa
El caso es que hoy puede observarse cómo existe un gran número de individuos para los cuales las fronteras entre el bien y el mal son muy confusas, imprecisas... bajo el imperio de la posverdad. Sujetos que viven en una zona de «moral borrosa», que se comportan en consonancia con esa indefinición ética. El fenómeno corre paralelo a la globalización, la desacralización de Occidente, la pérdida de influencia del cristianismo, el cambio de paradigma en la vida pública, personal y social de las gentes, el apabullante influjo de fenómenos reaccionarios como, verbigracia, el terrorismo de «inspiración religiosa». No hace tanto, la sola idea de que alguien pudiese asesinar a inocentes excusándose en un «mandato divino» parecía cosa de la Antigüedad bíblica, y sin embargo ahora se asume como algo políticamente lógico, consecuente, discutible desde la perspectiva de la ética...
Vivir la era del descrédito de la verdad conlleva una pregunta –de angustia infantil– propia de la educación de otros tiempos: ¿estará venciendo el mal en el mundo? La relevancia social y política, la normalización creciente que adquieren grupos hasta hace poco considerados «malvados» y terroristas, la lacra de imperios totalitarios del terror como el Estado Islámico (la inmoralidad mecánica «¿¡bendecida por Dios!?», asesinos «dixit»), la impunidad de prácticas industriales, o individuales, que siembran odio, brutalidad, basura y desprecio por el futuro del planeta..., hablan de un panorama mundial imperante de moral borrosa. Despiertan preguntas desconcertantes sobre la dirección que está tomando la especie humana. Las respuestas serán todavía más inquietantes. Si las hay.
Y es que el mundo ha cambiado. Algunos vivimos una infancia en la que resultaba fácil distinguir el bien del mal, ni siquiera se necesitaba un programa infantil de televisión que aclarase la diferencia igual que se enseña la oposición entre «arriba» y «abajo». Concluido el siglo XX, quizás por falta de adiestramiento al respecto (en la familia, escuela, medios de comunicación...), por la transformación de los arquetipos, la mundialización..., puede que los niños se hayan encontrado perdidos hasta el punto de no ser capaces de discernir lo que está bien de lo que está mal. A priori, parece tarea fácil, pero las evidencias dicen que las lindes entre uno y otro cada vez son más dudosas para los adultos, y que muchas personas incluso maduras se pierden para siempre en esa zona fronteriza, de la que nunca regresan.
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