Presidencia del Gobierno

Buen camino

La Razón
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A estas alturas me veo capaz de encajar y hasta de olvidar determinados agravios dolorosos, pero intuyo que nunca perdonaría, por ejemplo, el ataque fatal a un ser querido. Admiro desde la incomprensión, por ese motivo, a las víctimas de ETA que han absuelto a los asesinos de sus hijos, padres o hermanos. Algunos han sido capaces, incluso, de reunirse con los verdugos etarras. «El perdón libera, lo he aprendido del Evangelio, me ayuda la fe», explicaba en octubre de 2013 Carmen Hernández, viuda. A su marido un etarra le disparó en la nuca. No me preguntes cómo se asimila eso, o cómo se sobrevive cuando tienen secuestrada a tu hija, borrada del mapa (véase el caso de Diana Quer). No es no, parafraseando a Pedro Sánchez. No quiero ni puedo saber el límite de mi capacidad de perdón, a día de hoy. Hablando del rey de Roma: el viernes fui al Hemiciclo y asistí a la fallida investidura de Rajoy en una sesión circense, salpicada de reproches y barbaridades dialécticas. Sólo un político, uno solo pidió perdón a los españoles por el bloqueo insuperable.

Francamente, lo único que me gustó de aquella tarde fue la disculpa pública de Albert Rivera. El gesto le engrandeció. Los demás oradores, a lo suyo.

Pocas horas después del paripé parlamentario he venido de peregrina a Santiago de Compostela. Me perderé por motivos laborales la última etapa, el día más emocionante, aquello de llegar y besar al santo... Pero el propio Santiago ya me ha recompensado de antemano.

Nada más llegar a la capital gallega he ido a parar, sin pretenderlo, a la puerta del Perdón, abierta de par en par. Al entrar ha empezado a sonar, como por arte de magia, una melodía conmovedora. Sin tener que hacer cola en año xacobeo –detalle impropio del lugar en cuestión– he subido unos peldaños, he abrazado al Apóstol por su espalda y he experimentado una paz verdadera. A mi hijo le he explicado después que soy tan llorona como su abuelo.

Sales de ese templo aturdida, conmovida por la providencia del perdón. Ahora tocará resetear, emprender cien kilómetros largos de caminata, con sus correspondientes incógnitas.

Yo no pido que Rajoy y Sánchez se lo perdonen todo el uno al otro, pero sí les exijo responsabilidad con su país. Les ha tocado hacer juntos este camino, pero no acaban de darse cuenta. Mal vamos.