Julián Cabrera
«Cagaprisas»
Vaya por delante para evitar erróneas interpretaciones mi convicción de que la corrupción política en España es un problema real y de primerísimo orden. Y vaya por delante que todos los medios para la UCO, la UDEF y los jueces serán pocos a la hora de desenmascarar, juzgar y, dado el caso, condenar a los corruptos.
Dando pues por sentada la imperiosa necesidad de segar la mala hierba, no deja de resultar cuando menos chocante la reacción de unos partidos convencionales que atenazados por el shock de sus «affaires» y sobre todo por la irrupción de nuevas opciones «virginales» se han lanzado a una carrera hacia el más ejemplarizante de la clase, no exenta de las prisas que marca un cercano horizonte electoral.
El «interrogatorio» del PP madrileño a posibles candidatos puede ser ejemplar de cara a la galería, pero su efectividad no deja de recordar esas preguntas de manual en algunos controles de inmigración y pasaporte: ¿Trae usted propósitos de delinquir?... y ahora va y le dice que «sí».
Pero es en el PSOE donde el apremio hace mayores estragos. La fulminación de Virgilio Zapatero por el asunto de las tarjetas «black» no deja de ser el sacrificio de una pieza hoy ya menor en pos del inmaculado Sánchez, sacrificio que marca un listón y un precedente que entre otros abre la veda hacia piezas de caza mayor como Griñán y Chaves.
El populismo no es tanto la democracia de los ignorantes como la democracia de los cabreados y de ello da buena cuenta Podemos, pero eso no justifica la paranoia de los grandes partidos en busca de la virginidad perdida. Si los «cagaprisas» confunden barrer su casa con dar escobazos, pueden llevarse por delante algo más que los jarrones chinos del salón.
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