fracaso escolar
Capital humano
La OCDE acaba de publicar un denso informe cuantitativo sobre la educación en el que podemos redescubrir los ya viejos problemas que afectan a nuestro capital humano. España hizo desde 1970 –allá por las postrimerías del franquismo– un enorme esfuerzo por extender y mejorar la cualificación educativa de la población y obtuvo logros sustanciales en los treinta años siguientes, consiguiendo una razonable aproximación al nivel de los países más desarrollados del mundo. A pesar de ello, cuando arrancó el siglo en el que vivimos, todavía nos quedaba un trecho por recorrer para alcanzar el número de años de escolaridad que reflejaba el promedio de la OCDE. Y ahí estamos todavía. Con la crisis todo se ha parado en esta materia y los indicadores del organismo internacional no muestran ya ninguna progresión desde hace una década. Los datos son incontrovertibles: cuatro de cada diez jóvenes se han graduado en algún centro de educación superior –prácticamente lo mismo que en el conjunto de la OCDE–, pero una proporción casi igual de ellos –tres y medio de cada diez– no han logrado tener el bachillerato y en, mucho casos, ni siquiera la secundaria obligatoria, lo que duplica sobradamente la tasa de los países que forman parte de ese organismo internacional. Quiere ello decir que nuestro capital humano aparece polarizado entre los que han llegado al máximo nivel educativo y los que no han logrado completar el estadio inicial de los estudios. En los países avanzados no es así, pues el 85 por ciento de los jóvenes se reparte a partes iguales entre los que han ido a la universidad y los que han acabado el bachillerato, quedando el otro 15 por ciento para los que fracasan en el proceso educativo.
No es de extrañar por ello que el fenómeno de los «ninis» tenga tanta extensión en España. Son algo más de veinte de cada cien jóvenes de entre 15 y 29 años, superando con creces la media de la OCDE. El fracaso escolar –que aunque haya descendido en los años más recientes, sigue siendo muy elevado– está detrás de esta cifra que lastra el capital humano disponible en el país. Y además tenemos que contar con que la calidad de nuestra educación es bastante mediocre, añadiéndose así un elemento adicional, más bien negativo, a ese capital. Tal vez la causa de esto es que nuestro gasto educativo, en términos comparativos, está por debajo de la media. Pero no podemos olvidar que también están los problemas organizativos del sistema escolar y del sistema universitario que son fruto de una descentralización poco meditada.
En el capital humano se encuentra una de las claves de la productividad y de su papel en el crecimiento de la economía. La otra está en la tecnología, para cuyo desarrollo también se necesitan personas bien preparadas. Por eso deberíamos preocuparnos más de este problema y abordar en serio las deficiencias educativas de España en vez de promover un estéril pacto de mínimos como hace el ministro del ramo.
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