Julián Cabrera
Cataluña- «21-D»
Que la declaración en el Parlamento catalán dando el pistoletazo de salida al proceso independentista estaba en el guión de Mas y Junqueras desde ante de los elecciones catalanas es tan cierto como que en ese guión no se contemplaba una respuesta tan clara y contundente –al menos hasta hoy– por parte de los principales partidos de ámbito nacional. La ruindad tacticista del soberanismo no parecía tener un alto concepto sobre el sentido de Estado de unos líderes que iban a devorar en la próxima campaña electoral para conquistar la carrera de San Jerónimo y la Moncloa. Cálculo equivocado, la inmensa mayoría constitucionalista ha sabido reaccionar ante el grave desafío enunciado en boca de la presidenta Forcadell.
Las reuniones en Moncloa la pasada semana y las previstas para ésta pueden dinamitar un «plan B» de «Junts pel Sí» que tan sólo hace unos días se fiaba a el día después de las elecciones generales ante lo complicado de la negociación con la CUP para investir presidente a Artur Mas. Un «plan B» que tenía mucho que ver con las aspiraciones de Pedro Sánchez por llegar a la Moncloa. Si el líder socialista acababa por necesitar del apoyo del grupo soberanista en el Congreso –20-25 diputados calculaban– podría activarse –porque no– una negociación de «cambio de cromos» en la que bastaría la simple abstención del PSC para que Mas repitiera al frente de la Generalitat. Hoy esa hipótesis queda bastante más lejana de la realidad cuando no descartada. El ejercicio de equilibrismo requeriría de otras variantes que también han desaparecido del interior de la chistera soberanista, sobre todo tras la confirmación de que «Junts pel Sí», vencedor en escaños –que no en votos– en las autonómicas catalanas ya no se presentará como un grupo único y cohesionado en el congreso de los diputados que salga del «20-D». En Esquerra Republicana aparecían sarpullidos ante el mero hecho de contemplar como una candidatura única junto a Convergència acarrearía a la formación de Oriol Junqueras una más que probable fuga de votos propios hacia el bloque de izquierdas que buscan conformar Ada Colau y Pablo Iglesias, eso sin contar con otro «voto útil» que fugado desde la propia Convergència podría resucitar a Duran Lleida para su eterno escaño en Madrid.
A las aspiraciones del bloque independentista les han crecido otros «enanos», como es una cada vez mayor unidad de criterios entre el empresariado catalán frente a un desafío que va en serio y que ya ha dejado claro que no va a cejar en su intento de alborotar la calle desde los resortes del poder de la Generalitat. Ahora ya no es Convergència esa formación de garantías para la burguesía catalana, demasiada transversalidad con la extrema izquierda. Ahora comienzan a ser otras formaciones las que se hacen merecedoras de la confianza de quienes siempre han estimado que «con las cosas de comer no se juega». No habrá muchos más grandes movimientos tácticos sobre el tablero catalán antes del turrón y los «caganets», salvo algún primer síntoma de desbandada entre quienes desafían al Estado.
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