Gonzalo Alonso
Cecilia Bartoli, una artista inteligente
Cecilia Bartoli lleva años en la primera línea de la popularidad musical. Desde los inicios de su carrera, allá por 1990, ha demostrado tener muy claras las cosas. Acertó al tener como uno de sus modelos a Teresa Berganza y acertó en el repertorio que ha cultivado durante dos décadas, aquél en el que mejor podía lucir su enorme técnica para las coloraturas. Sabiéndose poseedora de una voz de muy atractivo timbre pero limitado caudal, procuró actuar en teatros pequeños e hizo de Zúrich casi su residencia. Bartoli, como Renée Fleming, aprendió pronto el valor de los conciertos y recitales, en los que los cachés pueden ser muy superiores a las actuaciones en óperas y además no precisan de tantos ensayos y, en consecuencia, de tanta estancia fuera de casa.
Luego ella dio un paso más y nos descubrió nuevos repertorios, barrocos olvidados como Steffani, divas del pasado como Malibrán, etc. Y con ello no sólo se apuntó un tanto comercial y artístico, sino también la posibilidad de «recrear» a su personalidad y vocalidad aquellas piezas. Fue un acierto, pero para algunos se pasó de pegada cuando se atrevió a presentar una «Norma» que se llegó a considerar como herética. Pero esta elección venía de la mano, casi obligada, de otro de sus aciertos. Bartoli se encargó de suceder a Riccardo Muti en el Festival de Pentecostés en Salzburgo desde 2010. A lo largo de cuatro días viene presentando cada año una ópera escenificada, otra en concierto, un concierto propiamente dicho, otro vocal y un ballet. Cada edición ha estado impregnada de coherencia y su sello personal. Así, en este año shakesperiano, ha centrado la programación en «Romeo y Julieta» con un título desconocido del olvidado Zingarelli (1752-1837) y la mirada de Bernstein sobre el mismo tema en su «West Side Story», donde Bartoli se convierte en una María madura que rememora la tragedia. Además el ballet de Prokofiev y una gala con Gheorghiu y Flórez cantando escenas de las óperas temáticas de Bellini y Gounod.
Su gancho personal, la combinación de un repertorio popular con otro infrecuente y el añadido de un par de artistas también ilustres han contribuido al éxito de una gestión en la que está muy bien aconsejada y apoyada. De ahí que no haya resultado extraña la renovación de su contrato por otros seis años, hasta 2022, con lo que alcanzará los doce al frente de esta breve pero importante muestra, que rivaliza con la de verano, la de Pascua y la Mozart Woche. La próxima edición ofrecerá «Ariodante» de Haendel con Fasolis, Loy y ella misma, junto a «La donna del lago» de Rossini, también con ella y Fasolis, un concierto Verdi-Wagner-Mendelssohn con Tserjan, Terfel y Pappano, el ballet «La Sylphide» y un homenaje a Anne-Sophie Mutter en los 40 años de su debut salzburgués con Karajan. Lo dicho, una artista inteligente... Y muy simpática.
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