Julián Redondo

Centenario

El librillo que sirvió a España para ganar un Mundial y una Eurocopa también alejó a Vicente del Bosque del Real Madrid, su casa durante 35 años, que terminaron de forma abrupta, final infeliz. Le sucedió Queiroz, nudo de corbata diferente, mirada clara y la figura estilizada. «Jorge, nos hemos equivocado», reconoció el presidente a Valdano a mitad de temporada, cuando el entrenador portugués dejó entrever que no era infalible. Nadie lo es en el fútbol, un deporte, un juego, lo más alejado de la ciencia exacta. Tan al otro extremo de la aritmética y la geometría que el Atlético levantó una Liga al Madrid y al Barça hace sólo un año.

No es infalible Mourinho, que con una plantilla que cinceló a su antojo, se estrelló tres años consecutivos contra el muro de la «Champions», y ha reincidido en el Chelsea. No obstante, dejó huella, idéntica a la que aparece en las posaderas de Casillas. Ni siquiera es infalible Guardiola, lo ha comprobado en el Bayern, como Simeone, el dios todopoderoso rojiblanco, que recibió el revés del destino en el minuto 92:48 de la oscura noche lisboeta.

Buenos, magníficos entrenadores que, al igual que Ancelotti, el de la «Décima», caen, se levantan y siguen. El palmarés y los hechos los avalan, más que las derrotas, y en ese ámbito Del Bosque, sentido común y sensibilidad, no es diferente.

Cayó con estrépito en el Mundial de Brasil, recibió más palos que una estera y los mismos que dudan de sus éxitos en el Real Madrid –dos Ligas de Campeones, entre otros logros,– y no le reconocen el mérito en la Selección, tampoco le conceden el beneficio de la duda en plena restauración de un equipo irrepetible. Brasil dejó de ganar, el gran Barça de Guardiola capituló y cedió el asombroso equipo de Del Bosque, técnico centenario en la Selección.

Un respeto.